sábado, 21 de febrero de 2009

EL ÚLTIMO INVENTO

En el piso 565, el último del más alto rascacielos de Ciudad Central funcionaba el laboratorio principal de Androtronics Inc.. Quinientos metros cuadrados dedicados a la investigación, desarrollo y ensamblaje de la más avanzada tecnología en robótica. La industria había tenido un importante repunte desde el año 2.169, había robots para todo, al punto que los hombres no tenían casi que hacer nada. Los trabajos manuales fueron los primeros eliminados de la agenda humana, robots constructores, mecánicos, vigilantes y con el tiempo hasta cirujanos (bajo instrucciones humanas) entraron a hacer parte de la vida cotidiana. Después, hasta las tareas del hogar, como pasear al perro o jugar con los niños se delegaron a colaboradores mecánicos, con chips en vez de cerebro.

La gran mayoría de los hombres pasaba el tiempo frente a una pantalla, sin moverse de su casa “trabajando” conectado en red con sus remotas oficinas. Algunos sólo debían programar un robot operador y quedaban libres. Lo que quedaba del día era para divertirse, que se traducía invariablemente en recibir entretenimiento de todo tipo a través de los 666 canales que ofrecía la televisión interactiva. Raúl era una excepción, un investigador obsesionado. Físico e ingeniero electrónico ganador del Nobel en Biocibernética, era el experto de mayor prestigio en Androtronics. Había vivido11 de sus 26 años encerrado en un laboratorio, entre chips, monitores, piezas metálicas, cables y circuitos. Sin embargo semanas antes de emprender el que anunció como su proyecto final, afirmó que se había cansado de esa vida.

Tras meses de arduo trabajo, Raúl no descansaba. Eran las dos de la mañana. Con la cabeza entre las manos, el inventor caminaba alrededor de una mesa en la que reposaba su último proyecto: un robot, en apariencia igual a todos los demás. La empresa decidió desde la fundación que por razones éticas no fabricaría robots similares físicamente al hombre. había establecido para sus productos una estructura estándar, un ser metálico similar al hombre de hojalata (el del mago de Oz) apariencia que los hizo muy populares. De uno a otro modelo sólo variaban los chips, y las manos, que eran equipadas considerando las funciones programadas.

En el recinto un XT05-MAN, un avanzado robot que servía como ayudante de Raúl, seguía con los sensores visuales a su jefe. Dirigía hacía él los receptores sonoros para saber que le estaba diciendo.
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-Ya casi está. Mi obra final pronto será realidad. ¿Oíste? -Raúl miró al robot para comprobar que estaba poniendo atención, luego continuó- cuando termine podré ir a descansar, como todos los demás, yo también tengo derecho. Toda mi vida he estudiado circuitos, tratando de crear cerebros electrónicos que hagan que ustedes, cosas metálicas, actúen como hombres, o por lo menos hagan nuestro trabajo.
-Y efectivamente lo hacemos. -replicó el robot- su mundo vive por nosotros, un día sin nuestra actividad paralizaría la economía mundial.
- He creado máquinas para todo, y tu eres testigo. Todos los hombres disfrutan de su tiempo libre, y yo quien más lo merece no he podido hacerlo. Pero eso terminó. Ven necesito soldadura.

El robot acudió al llamado y ejecutó la orden a la perfección. El trabajo había terminado, sin explicación alguna, su disco duro procesó la siguiente información: “yo sé que hacer antes de que me den la orden, conozco el proceso”
- Ahora necesito que midas la corriente...
- A 160 voltios, interrumpió el androide.
- Bueno, bueno, ¡cómo sabe! –dijo con sarcasmo- No puedo esperar para ver si funciona mi obra final. Un robot que me reemplazará, equipado con un chip en el que está toda la información y conocimiento que poseo. Todo está registrado, incluso la forma de razonar ante siete millones de situaciones distintas. En conclusión esta máquina que ves aquí, debe ser capaz de desarrollar, los nuevos robots, la programación, sus componentes.
- Le he pedido que no nos diga máquinas. Moduló el ayudante.

Una vez recibió la energía necesaria la nueva creación entró en operación. Una luminosidad rojiza en lo que serían los ojos indicaba la actividad de la unidad. Raúl conectó el dedo índice izquierdo del recién ensamblado a una computadora y comprobó que todo estaba en orden. Una sonrisa de satisfacción invadió su cara. La emoción fue tanta que abrazó a su ayudante de metal. ¡Lo hice1 repetía Raúl convencido de su éxito. El robot, en medio del abrazo, procesó una serie de datos, cerró sus brazos hasta estar seguro de que el inventor se había “apagado”.

- Ya no los necesitamos. Dijo aún con el cadáver de la primera víctima humana entre las extremidades metálicas. Luego, hizo una seña y los dos robots salieron al que desde entonces sería su mundo.

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