jueves, 20 de abril de 2017

POR UNA BUENA CAUSA EN BUENA COMPAÑÍA




Fui el único que conmemoró el 4/20 en Yacuanquer. Es un pueblo pequeño y a nadie pareció importarle pero igual marché orgulloso, sacando pecho y con la frente en alto. 
Sólo mis perros -siempre solidarios- me acompañaron, siguiéndome a mí y a las mágicas volutas de humo como hipnotizados, en una extraña versión psicodélica del Flautista de Hamelin.

martes, 11 de abril de 2017

UN HOGAR SIN ESTRECHECES


No sé exactamente cuando el sexo entró a mi vida. Lo que sí sé es que el verbo culear entró a hacer parte de mi vocabulario a mi más tierna edad. Yo culeo, tu culeas, él culea, ella culea, nosotros culeamos, vosotros culeáis, ellos culean. En conclusión: todos culeamos, aunque de eso solo me di cuenta muchos años después.

Creo que culeé (o me culearon) por primera vez con cuando tenía unos cuatro años. Las imágenes son borrosas y difusas, pero ahí me veo, subiéndome de afán unos calzoncillos color rojo sangre (¿mi desfloración?), afanado por una de las tres empleadas de la casa (¿cuál sería?) que se había asustado y había dejado de mamarmelo cuando sonó el pito del Nissan Patrol que anunciaba la llegada de mi madre, la señora de la casa.

Era una casa grande, hasta pieza de planchar tenía, era espacio de 3 metros cuadrados entre el garaje y la cocina, con piso de madera. Ahí, entre la ropa limpia de toda la familia habían sucedido los hechos. Desde ahí se desplazó María sin demoras a abrir el portón a su patrona, las tres muchachas del servicio de aquel entonces llevaban ese virginal nombre, una lavaba y planchaba, la otra cocinaba y la otra se encargaba del aseo, las tres cuidaban a los tres niños, un fordismo doméstico perfecto.  Ahí me encontró mi madre con los cachetes más rojos de lo normal, no sé si por la excitación, la atmósfera cálida potenciada por la plancha, la vergüenza o todas las anteriores.

- No te metas a esta pieza que es muy caliente. - me dijo mamá mientras palpaba mi frente para comprobar si tenía fiebre, sin la menor sospecha de la escena sexual que había interrumpido a punta de pito.

Mi segunda culeada infantil (o por lo menos de la que me acuerdo) fue con otra empleada. Yo ya era más grande y no puedo negar que me gustó, sentí placer, a mis ocho años y medio ya medio se me paraba. Lo disfruté pero no lo gocé. Sabía que estaba haciendo algo malo. Por lo menos eso me habían dicho las monjitas del colegio Filipense y yo les creía.

Ella se llamaba Marta, una morena de Barbacoas con un culo que hoy se me antoja delicioso (¿será por eso que me gustan tanto las negras?). Llevaba ya unos años trabajando con nosotros y era como solía decir mamá: "la de confianza". En esa época solo habían 2 "muchachas", los niños ya éramos mas grandes y no jodíamos tanto.

Recuerdo que un sábado estábamos solos, o prácticamente solos. Me refiero a Ella y yo, a Marta y yo cuando era niño. Mi mamá, mi hermana mayor y la otra empleada se habían ido a hacer el mercado semanal que era tan abundante que requería seis brazos para cargarlo; mi papá, como siempre, estaba absorto en sus códigos, libros y sentencias, en sus cosas de magistrado del Tribunal, en la biblioteca del tercer piso; mi hermanita menor con sus Barbies en al cuarto de juegos, una de las seis piezas del segundo piso, al lado de mi habitación, en donde yo había preferido quedarme echado viendo en la tele algún Cuento de los Hermanos Grimm o jugando alguno del casi centenar de cartuchos de Atari que tenía.

Pero Marta tenía en mente otro tipo de cuentos y quería jugar con otro tipo de joystick.

Se acercó y se sentó en la cabecera de la cama, sus nalgas duras hundieron el colchón con su peso y sus muslos se descubrieron como apetitosas almohadas prietas junto a mi cara. Se había puesto una falda elegante que había sido de mi mamá y que a ella, por la diferencia de estatura y talla, le quedaba como una apretada minifalda. Empezó a acariciarme la cabeza como tantas veces, sin embargo yo sentía que esta vez era diferente. Al poco rato sus manos habían descendido hasta la otra cabeza, la que no tiene pelo y a veces manda más que la contiene al cerebro, yo me dejé hacer. Con agilidad se puso en cuatro junto a mi, su falda se subió por completo y un culo negro hermoso, paradito, quedó  poco menos de un metro. No se había puesto calzones, no sabía por qué, no supe que hacer. Ella con experticia agarró mi pequeña mano infantil y se la metió casi entera en la cuca, antes de entrar sentí su vello crespo y espeso, era como su pelo, después sentí que mi brazo entero resbalaba entre líquidos calientes y desconocidos dentro de esta mujer que triplicaba mi edad y que empezaba a dar pequeños gemidos mientras se balanceaba atrás y adelante, atrás y adelante. Mientras esto pasaba en su retaguardia no descuidaba su frente, Marta me había bajado los pantalones y me chupaba la verga que se erguía orgullosa con una inocente erección infantil, la lamía con avidez, la metía y la sacaba, la metía y la sacaba, la volvía a lamer, a mi mente se vino la propaganda de Bom Bom Bum que tanto me gustaba porque salía una niña bonita que me gustaba. Una electricidad recorría todo mi cuerpo, un corrientazo llegaba con cada lengüetazo.  

- ¡Otra vez oliendo a trago y a perfume barato de vagabunda! - oímos gritar de repente.
- Sólo pasé un rato por el Club y me tome un par de Whiskys  - respondía un Kent retraído ante los airados reclamos de una Barbie rubia.

Era mi hermanita representando una obra con sus pequeños actores plásticos de cuerpos atléticos y vestidos a la última moda (¿De dónde habrá sacado el argumento?).

Habíamos olvidado que estaba en  el cuarto de al lado, por lo menos yo. Yo me había olvidado de todo. Entonces Marta paró y acercó  a mi cara esos labios gruesos, carnosos, de negra, para susurrarme: "- Vamos a mi pieza Tirsito".

El tono de su voz me hizo entender que este sería nuestro secreto.

Me levantó de la cama y me ayudó a ponerme los pantalones, tal como lo hacía cada mañana cuando me ayudaba a alistarme para el colegio y me cogió de la mano guiándome por mi propia casa que en esos momentos se me hacía como un espacio desconocido. Bajamos al gradas al primer piso, pasamos por la sala, por el oratorio adornado con una legión de vírgenes y santos, por el comedor principal y por el auxiliar, dejamos atrás la gran cocina integral que relucía blanca y pulcra y salimos al patio. Allí el Puchis, mi cocker spaniel, batía su pucho de cola pero yo, que tanto lo quería, le negué la caricia que me pedía, ansioso y curioso por otro tipo de contactos y de afectos. Así que sin detenernos seguimos hasta el patio de ropas, el último rincón de la casa. En ese espacio que antes había sido un huerto se levantaba todo un complejo destinado al correcto lavado y cuidado de la ropa. Dos lavaderos, una lavadora y una secadora, una docena de cuerdas para tender las prendas recién lavadas de la familia, hasta las más íntimas. Encima de este templo de la limpieza mi mamá había dispuesto que se construyera un baño y "la pieza de las muchachas", ese era nuestro destino inmediato.

Muy pocas veces había estado en ese cuarto. Dos camas gemelas, dos mesitas de noche y dos armarios también idénticos eran su único mobiliario. Olía a una mezcla rara de detergente y de perfume fino, en una repisa descubrí un frasquito de Oscar de la Renta que mi madre echaba de menos y daba por perdido. Marta no perdió el tiempo y se tendió sobre la cama que estaba junto a la ventana de vidrio esmerilado, supuse que esa era la suya, se subió la falda hasta las caderas y abrió sus piernas. Quedé inmóvil, impresionado por el contraste entre el negro de su piel, de su vello y el carmesí de esos labios femeninos que no conocía. Ella como que se percató y se hizo cargo de la situación. Me desvistió rápido (para ella era fácil porque lo hacía cada noche para ponerme la pijama) y me haló hacia su cuerpo, me cargó como a un niño y me puso encima de ella, sexo contra sexito. No hubo penetración, ella empezó a moverse y a frotar mi cuerpo contra el suyo, sentía como rozaba áspera su tupida mata de pelo contra mi cuerpo lampiño. Me gustaron las sensaciones físicas que experimenté, pero más me gustó oír los griticos y ver las caras que hacía Marta: sonreía, se mordía los labios, entornaba los ojos, arrugaba la frente, hasta que finalmente lanzó un corto alarido y se volvió visca, sentí que temblaba bajo mis 27 kilos y me gustó saber que podía generar esas sensaciones. Yo no terminé, mi cuerpo aún no me daba la materia prima para poderme venir.

Me vistió, se arregló la falda y volvimos acalorados hacia la parte delantera de la casa. Al entrar al patio nos dimos cuenta de que mi mamá ya había vuelto del mercado, con el baúl del Chevette cargado hasta el tope. Marta se fue corriendo a ayudar a bajar las compras y yo me quedé ahí jugando con el Puchis y una vieja pelota de tenis.

Después de desempacar y organizar el mercado mi mamá vino a saludarme, Marta la seguía de cerca y me veía como temiendo que confesara nuestro secreto, nuestro pecado, eso nunca iba a pasar.

- Uy como está de colorado mijo. - dijo al ver mis cachetes encendidos.
- Es que he estado jugando con el perro. - le contesté con la falsa tranquilidad de no estar mintiendo del todo.
- Y usted también Marta, está rojita rojita. - apuntó mi madre en tono inquisidor.
- Si señora, es que estuve jugando con el niño. - dijo la muchacha. - Me voy a lavar los baños de arriba. - dijo como despedida. Y se fue a seguir con sus oficios.

Mi mamá subió a ver una telenovela al cuarto de la televisión mientras mi hermana mayor protestaba porque ella quería ver una película de Betamax que había alquilado. Le tocó esperar y se encerró enojada en su pieza. Mi hermana menor seguía sumergida en su mundo miniatura de muñecos de Mattel y mi padre en sus cosas de magistrado, allá arriba en el tercer piso.

Yo me quedé en el patio con el perro, no oía nada más aparte de sus jadeos y el sonido de la pelota de tenis al rebotar.

No se oía a los demás.

Era una casa grande.



















viernes, 7 de abril de 2017

DOLOR VITAL

foto tomada de www.lamenteesmaravillosa.com

Me duele verte a mi lado y no poder acercarme.
Me duele verte y saber, que si te hubiera cumplido,
no sólo podría tocarte si no llegar hasta a amarte,
volver a tu corazón y a tu cuerpo que es mi nido.

¡Cómo lo añoré! Puse mi empeño.
¡Cómo me esforcé! Seguí consejos.
Fui a reuniones pidiendo "Serenidad",
"sólo por hoy", repetía día a día.

Pero eso no pasó.

¿Qué pasó?
Yo no lo sabría decir, estaba ebrio.
Tu ni la menor idea, estabas lejos.

¿Quién será el que nos ayude a comprender tal misterio?

Sólo un adicto es capaz,
otro que viva este infierno,
que conozca en alma propia
qué es cargar este tormento.

Me duele verte de cerca y no poder ya tenerte
y aunque duela yo he de hacerlo,
porque el no verte - lo sabes -
para mí es la misma muerte.