lunes, 29 de junio de 2015

PUENTE

 foto tomada de: https://dehc77.wordpress.com/2012/04/19/muros-o-puentes/


Cuando la niña se despertó se sintió extraña, algo le hacía falta. Salió corriendo de la casa y vio a su padre del otro lado de la orilla. El agua del río se había enloquecido y había tumbado el puente.

- Papi, papi, gritaba acercándose peligrosamente a la orilla.

Él y ella no lo habrían pensado dos veces para tirarse a nadar en las aguas frías y furiosas, pero eso hubiera significado morir en el intento.

Hicieron un plan, sin hablarse se entendieron, al fin y al cabo eran padre e hija (uno solo) y comenzaron juntos a construir un puente, cada uno desde su lado.

Al poco tiempo estuvo listo, el trabajo tuvo su recompensa. Fue el puente más transitado, porque por el corría de un lado para otro el amor, gracias a él estuvieron juntos para siempre.




lunes, 15 de junio de 2015

COMO POR ARTE DE MAGIA (DE MAGIA NEGRA)




“Los amigos del barrio van a desaparecer
Pero los dinosaurios van a desaparecer”
Charly García


Doña Esther estaba sentada, o mejor, desparramada sobre el enorme sillón reclinable de cuero mientras veía en su televisor de 42 pulgadas las imágenes del reencuentro de Estela de Carlotto y su nieto Guido. La emblemática lideresa de las Madres de la Plaza de Mayo, ahora ya Abuelas, por fin había encontrado a su nieto secuestrado durante la dictadura argentina.

La dama de la alta sociedad pastusa se acomodó en su trono doméstico para ver mejor a la señora del pañuelito en la cabeza con la que nunca pensó sentirse identificada, la mujer a cuyos familiares desaparecidos no dudó de tachar de “comunistas peligrosos que algo malo habrán hecho”, por allá a finales de los 70. Pero sí, se identificaba con Ella y hasta la admiraba en silencio por haber hecho lo que ella no se atrevió a hacer. Así era se identificaba, y todo por culpa de Toñito, de su Toñito.

Marco Antonio Esparza Zarama, ese era Toñito, así le decían todos en la casa, su mamá, el chofer y las 2 empleadas (la de la cocina y la del aseo), también sus compañeros con los que había compartido todos los desde kínder hasta once en el colegio Javeriano. Pero él odiaba que lo llamaran así, por eso desde que empezó sus estudios universitarios siempre se presentó como Antonio, a secas.

Estudiaba dos carreras a la vez, habría podido irse a estudiar a Bogotá o a Cali como la mayoría de sus compañeros pero él había optado por quedarse en Pasto y seguir disfrutando de las comodidades del “hotel Mamá” y de su carrito Chevrolet Chevette 2 puertas modelo 82. Además, aunque por causa del machismo en el que fue educado trataba de no exteriorizar estos sentimientos, tenía una relación de apego muy fuerte con su madre y se había prometido no dejarla sola, más desde que doña Esther había perdido a su hijo mayor y a su marido de un solo golpe en un accidente de tránsito. Desde ese momento madre e hijo se quedaros solos, viviendo y compartiendo todo lo que pasaba en sus vidas en el enorme caserón de la Avenida los Estudiantes.

Se había matriculado para el programa de Comunicación Social en la Universidad Mariana, un centro educativo privado regentado por monjitas franciscanas en el que casi no sintió el cambio entre la vida colegial y la universitaria. Todo era similar, solamente habían cambiado sus condiscípulos y las materias que estudiaba, pero ni siquiera en la profundidad con la que se trataban los temas había notado una diferencia. Sin mucho esfuerzo era un alumno destacado que tras cursar la mitad de la carrera se había inclinado por los lados del periodismo escrito, área en el que según sus profesores demostraba cierto talento por lo que tenía una columna en el periódico estudiantil.

Tenía mucho tiempo libre y ese fue uno de los motivos que lo llevaron a pensar seriamente en estudiar otra carrera, además era realista y veía que un futuro como periodista no era muy prometedor en una ciudad en donde solo hay un periódico con fama de pagar sueldos de hambre.

Tras algunos análisis y consultas decidió estudiar Derecho, se presentó a la siguiente convocatoria e ingresó a la Universidad de Nariño. La Udenar, la universidad pública en donde se vivía un caldeado ambiente político sería su nueva alma mater.

Desde los primeros días de clases notó que su nueva U era el reflejo del país en miniatura, a pesar de sus casi tres años en la Mariana por primera vez se sintió en una universidad. Dentro de las aulas se sentía también la tensión en el ambiente que soportaba Colombia en tiempos del segundo gobierno de Uribe Vélez, todos los actores políticos, armados, civiles, naturalistas, pacifistas, anarquistas, importaculistas, querían mandar la parada e imponer sus ideologías.

Fue allí, en la universidad pública en donde a Toñito se le reventó la burbuja en la que había vivido hasta entonces, donde empezó a entender que existían miles de personas además de sus “amigos” del Club Colombia con los que ya no quería salir porque se aburría hasta el hastío al soportar las mismas charlas de siempre: Que quién cambió de carro, que qué es lo último en equipos de sonido, en tenis, relojes, computadores etc. etc.  Capitalismo puro y simple, “alienador”, habría dicho Florecita si hubiera estado presente en alguna de esas reuniones del club social, pero nunca estuvo ni estaría, las estrictas reglas del lugar prohibían la entrada a gente de otros “status”. Un apartheid a lo pastuso.

Florecita era su nombre de batalla, todo el mundo en la U la identificaba así, cursaba tercer semestre de sociología y era una de las líderes estudiantiles más reconocidas dentro del grupo que se hacía llamar los Raizales Libertarios. Tenía mucho carisma, si eso es saberle caer bien a todo el mundo, además era bonita, o por lo menos eso pensaba Antonio, así le pareció desde la primera vez que la vio en la plaza Ché arengando a los jóvenes para que “entre todos hagamos oír la voz de condena contra las ejecuciones de civiles inocentes que los gobierno y los medios amañados han tratado de ocultar bajo el eufemismo de falsos positivos”. Le gustó mucho su carácter, pero mucho más el brillo que despedía a través de unos grandes ojos verdes que brindaban transparencia a sus palabras y contrastaban con su pelo negro y su tez trigueña. Antonio había quedado prendado, no sabía su nombre aún, pero para efectos de recordarla y con las ínfulas de poeta que tarde o temprano le llega a todo periodista la llamo la Mujer de la Mirada Clara.

Antonio empezó a vivir en dos mundos paralelos pero muy distintos, a pesar de que los escenarios físicos apenas se alejaban el kilómetro que separa Maridíaz de Torobajo, las realidades eran totalmente opuestas. Poco a poco, en parte por la mayor carga académica que tenía en Derecho pero sobre todo por las ganas de acercarse a la mujer que lo había flechado empezó a inclinarse más por uno de estos mundos, el que menos conocía y le ofrecía un universo para explorar. ¿Quién no habría hecho la misma elección teniendo 20 años?

Transcurrido el primer año de Derecho ya sabía cómo moverse en la Universidad Pública, se había adaptado fácil y en sus clases le había ido bien, sus profesores veían en él potencial y sus pares lo reconocían como uno de los mejores estudiantes. Además, quién lo iba a creer, su columna en el periódico Horizontes de la Mariana le había dado algo de visibilidad y la fama de ir “contra el sistema” porque a pesar del carácter confesional del medio Antonio buscaba abordar en sus escritos temas de coyuntura, de los que se discutían en la Udenar, temas con alto potencial de generar controversia y pisar algunos callos. Esto no le agradaba mucho a las monjitas, cuya institución solo visitaba para cumplir con las obligaciones académicas estrictamente necesarias, faltaba mucho a clases, en algunas materias solo iba a los exámenes pero nunca lo sancionaron, la cuota que aportaba doña Esther a la causa evangelizadora de la comunidad religiosa bien valía omitir algunas nimiedades.

En el proceso de matrícula para el segundo año Antonio notó que varios de los líderes de movimientos, colectivos, grupos, células, núcleos o como se llamasen se le acercaron para invitarlo a conocer las organizaciones y sus ideologías que comprendían el más amplio espectro ideológico, con una mayor tendencia hacia la izquierda. Él los escuchó a todos con cortesía pero las palabras de nadie parecían haberlo convencido pues no tomó partido por ninguna de las opciones. No confiaba en los llamados líderes estudiantiles, no le gustaba generalizar pero por la edad se notaba a simple vista que la mayoría llevaba años en la universidad sin graduarse de ninguna carrera, buscando mantener de forma perenne el poder y control sobre el movimiento de estudiantes que podía ser decisivo en una institución donde los directivos se eligen por votación. Por otra parte Antonio seguía siendo fiel a su vocación de periodista y pensaba que militar en un partido necesariamente limitaría la objetividad necesaria a la hora de hacer una buena reportería.

A pesar de esto recordó que el amor es como la guerra y en estas artes todo se vale. Nunca había perdido de vista a Florecita, trataba de averiguar cosas de ella sin ser muy evidente, la veía en todos los mítines, asambleas, concentraciones, marchas, juntas, sesiones y similares que se organizaban en la Universidad y en casi todas lograba algo de protagonismo. No había podido acercársele porque casi nunca estaba sola y porque corría el rumor de que tenía una relación con el León, apellido y apodo a la vez del líder de los Raizales Libertarios. Lo pensó un momento y se decidió entonces por aceptar la oferta que le había hecho este sujeto barbado de unos 30 años que ya había estudiado agronomía, artes visuales, algunos semestres de contaduría y ahora probaba por el lado de idiomas. Antonio lo buscó por los lados del aeropuerto, la cancha desde donde “despachaba” y le comunicó que quería unirse a su movimiento. El León le dio un abrazo de bienvenida que casi le parte una costilla y ordenó que le entregarán la lista de libros cuya lectura exigía el ingreso al grupo pues era su corpus ideológico, con obras tan disímiles que con seguridad no podrían configurar una línea de argumentación coherente, prefirió ahorrarse algún comentario al respecto, al fin y al cabo su meta era otra y ahora la tenía muy cerca pues Ella caminaba hacia él. “Ahora la compañera Flor de Invierno te va a imponer nuestro brazalete” oía sin decodificar el mensaje por estar perdido en esos ojos verdes que de cierta forma habían provocado en su vida un vuelco, de cerca le gustaron más.

Un par de días después de la improvisada ceremonia de iniciación o como pueda llamarse esa puesta en escena nada radical había cambiado en la vida de Antonio. Una tarde cuando ya salía para su casa se topó con el León que parecía tener mucho afán y miraba hacia los lados buscando perseguidores inexistentes y le dio la orden, así se lo dijo, la orden de buscar un nombre de combate, de momento a él no se le ocurría ninguno y no le prestó importancia. Florecita que siempre estaba cerca le hizo una seña para que la esperara y fue a decirle que no entendí a un paranoico líder que siguió su camino. Ella le explicó que era importante lo de cambiar el nombre por seguridad porque “esto está lleno de tiras” y además porque estaba en el reglamento que le habían entregado, el no pudo confesarle que ni siquiera lo había ojeado y se quedó callado. Flor pudo de alguna manera interpretar ese silencio, “ni se lo digas a mi primo”, dijo apuntando hacia la dirección por donde se había ido el León, esas palabras entraron más por el corazón, que se alegró, que por los oídos de Antonio. Se fue feliz para su casa.

En la casa todo marchaba normal,  la rutina se repetía con mínimas variaciones como el menú de cada día. Su madre y hasta sus tíos, los únicos familiares que quedaban en la ciudad, estaban contentos de saber que Toñito avanzaba con paso firme en su carrera hacia el título de abogado, eso permitiría que le dijeran “doctor”, como se lo merecía todo un Esparza. Por su parte Antonio estaba muy conforme con su decisión, notó que los conocimientos legales que estaba adquiriendo serían una herramienta muy útil para su labor en el periodismo.

Cuando llegó a la universidad al día siguiente se sorprendió de ver a Flor cerca de su facultad esperándolo para preguntar por su nuevo nombre. Tuvo que reconocer que no lo había hecho disculpándose por razones de estudio. Ella no se enojó como el esperaba y en un dos por tres le ayudó en este nuevo bautizo, fue muy practica la llamó Marcos, sólo agregando una S a su nombre real rendía tributo al comandante zapatista. Antonio accedió como si todo fuera un juego, y eso parecía al ver sonreír a Flor, como una niña, con sus propias ocurrencias. Ese mismo día ella le dijo su nombre real, como una compensación: “Mucho gusto Marcos, me llamo Patricia, Patricia Caicedo, pero te advierto que sólo me puedes decir así cuando estemos solos”.

Entre marchas, foros, tertulias y todo tipo de encuentros que casi siempre terminaban en fiestas con los mismos invitados: los casi 50 Raizales Libertarios, la relación entre Flor y Marcos o entre Patricia y Antonio (según las circunstancias) se fue afianzando y haciéndose de cierta forma oficial, estaban juntos la mayor parte del tiempo compartiendo las actividades que les gustaban a ambos en sus dos personalidades.

Una mañana Toñito había llamado para avisar que iba a llevar a una amiga a almorzar. Doña Esther estaba contenta pues su hijo no había mostrado interés por nadie desde que había terminado con su última novia, la hija de su amiga Olguita, que estudiaba en Medellín y no había querido seguir con una relación de lejos. Pensándolo bien, se decía, su hijo había sido juicioso, “sólo dos novias, la primera la Elenita que era hija de ese médico tan querido y estudiaba en las Bethlemitas y después la hija de Olguita. ¿Quién será la afortunada? ¿De quién será hija? ¿En dónde vivirá? se preguntaba mientras daba instrucciones para la correcta preparación de los camarones al ajillo, plato principal para el menú que había escogido para esa ocasión especial.

La pareja de estudiantes llegó puntual y con mucha hambre, entraron al comedor en donde los esperaba una Doña Esther más arreglada que de costumbre y Toñito le presentó a la sencilla muchacha a la que sin mayores protocolos le presentó como “mi compañera”, la señora tragó saliva porque no supo cómo interpretar este término. Antes de que sirvieran el almuerzo el interrogatorio ya había comenzado y cada respuesta parecía provocarle un preinfarto a la curiosa dama que no esperaba que su hijo sí tuviera una relación con esa muchachita hace unos meses, que la mamá de ella era Carmen Caicedo “¿Quién?, una NN”, que no había conocido a su papá nunca por eso tenía un solo apellido, que vivía en el barrio La Paz, “el mismo de la que viene a lavar por días” hasta que ya no aguantó y se paró para irse a su habitación pues se sentía “indispuesta”. Y su estado se agravó cuando supo que su “nuerita” no había comido camarones porque nunca los había probado en su vida y le parecían como gusanos y que para remediarlo Toñito había pedio arroz, papa y atún para complacer a la aparecida. A partir de ese día en esa casa se vivió una tregua no pactada que consistía en evitar hablar de la universidad y por su puesto de la relación de Antonio y Patricia, Marcos y Florecita, Toñito y “la esa” (dependiendo de las circunstancias).

La vida de su hijo fuera de la casa se convirtió para Doña Esther en una serie de simples conjeturas. Notaba en él algunos cambios en su ropa, en su físico, usaba pañoletas, gorras, se dejaba la barba por algunas temporadas, había cambiado sus camisas por camisetas estampadas con íconos de otras revoluciones como la típica del Ché, otra con la cara de Allende, muchas con mensajes en contra de casi todo. Al principio pensó que eran cosas de la moda en la nueva universidad pero varias señales la hicieron preocuparse. La primera fue la llamada de las franciscanas a decirle que no les importaba perder su colaboración pero que era perentorio cancelar la columna de Toñito, “Ordenes de arriba”, le dijeron y no precisamente refiriéndose a Dios si no al de la Casa de Nari. Un par de semanas después un primo en segundo grado que era coronel de la policía la llamó para advertirle que había visto la foto de Antonio junto a la de otros compañeros de la universidad en unas circulares de inteligencia en las que se sospechaba de ellos como posibles terroristas. La matrona se enfureció, “mi Toñito no es de esos, él tiene valores de la familia” le contestó a su pariente. A pesar de estos indicios nunca quiso averiguar nada, no hasta que Toñito reaccionara y dejara a esa mujer.

El 1 de Mayo de ese año se había programado una gran marcha por el Día del Trabajo y en contra de las políticas neoliberales del Estado. La convocatoria se había hecho con mucha anticipación y por todos los medios por lo que se auguraba una gran manifestación, además desde la noche anterior habían salido varios buses desde los municipios para apoyar la toma pacífica de la Plaza de Nariño desde 4 puntos de la ciudad, todo pintaba apoteósico y esto tenía muy emocionado a Antonio que salió muy temprano de su casa, como era festivo no quiso entrar a despedirse de su mamá ni a pedirle la bendición para no despertarla. Nunca volvió a su casa, nunca volvió a ver a su madre y ella nunca volvió a ver a su Toñito, ni vivo ni muerto.

Las autoridades manejaron tres hipótesis en el caso: 1. Antonio Esparza hacía parte de una célula de la guerrilla infiltrada en la universidad que al verse descubierta decidió huir y esconderse en el monte junto volviendo a la retaguardia junto a otros bandidos. 2. Patricia Caicedo, quien también desapareció ese día, y Antonio Esparza huyeron juntos para vivir tranquilos su romance, alejados de las presiones de sus familias que se oponían a esa relación. 3. Alias Florecita y alias Marcos fueron abatidos y sus cuerpos desaparecidos en un crimen pasional cometido por alias el León, líder de una red de microtráfico en las universidades, quien fue abatido al ser requerido por la policía.

Ahí murió todo.


Doña Esther veía las imágenes de la Carlotto pero no escuchaba nada, escuchaba su memoria y los reproches de la conciencia. “Que verraca esa mujer”, dijo antes de apagar el televisor y quedarse sola llorando sumergida en la oscuridad y en sus recuerdos. 

jueves, 4 de junio de 2015

TRASTORNO CAPILAR AFECTIVO

Foto: Stock.xchng/Creative Commons
- Hola, buenos días.
- Hola, ¿cómo andás?
- Muy bien, un poco cansada por el vuelo, pero bien.
- Y claro, tenés que tener en cuenta que además de las 6 horas de vuelo que te bancaste entre Bogotá y Ezeiza acá ahora son dos horas más tarde. Por la diferencia horaria.
- Jaja, no había caído en cuenta.
- Y sí, ya te vas a ir acostumbrando, seguro en poco se te pega la tonada y vas aprendiendo la jerga. Tenés que aprender que acá no podés coger el bus, ni nada de nada, acá lo agarrás porque si andás diciendo que vas a coger todo el tiempo van a creer que sos ninfómana.
- Jajajaja
- Otra colombiana. ¡Cómo están viniendo los colombianos! Y ¿qué venís a hacer por acá?
- A estudiar, un posgrado en literatura.
- Jajaja, perdoná que ahora me ría yo. Una más, todos creen que porque este país parío a Borges y a Cortázar es la cúspide de las letras. Ja, pero bueno no te quiero desmotivar.

Por primera vez el dialogo había dado paso a un silencio dentro del auto blanco que le permitió que la pasajera pedirle al taxista que sintonizara varias emisoras en la radio. Durante diez minutos pidió que moviera el dial y que parara en aquellas estaciones que tocaban rock argentino, se sintió feliz mientras entraba a la gran Buenos Aires, por fin iba cumplir uno de sus sueños. El último comentario que para ella y su educación había sido inoportuno le había quitado las ganas de hablar, sin embargo el locuaz conductor intentó retomar la conversación.

- Pero bueno, no te hagás la seria, si sos colombiana y yo las conozco, viví por años allá, cómo unos 30, hasta mujer paisa tuve y sé cómo son. Si querés te cuento la historia de un colombiano, un loco famoso por acá. Hasta Palermo tenemos tiempo de sobra. Y más con las vueltas que te voy a dar, masculló entre dientes.
- ¿Cómo?
- Nada, nada pibita mejor acomodáte y oí. Como te contaba, el chabón del que te hablo también vivía en Palermo. Y era colombiano, como vos
- ¿Si?
- Aja, creo que pastuso. Pero acostumbráte que acá a todos les decimos paisas. Y mirá, también quería ser escritor como vos. Ahí te va el cuento.
- ¿A ver?, dijo la jovencita ya un poco interesada por sus coincidencias con el personaje pero sospechando que era chamullo, como sabía que le decían los argentinos a la carreta barata.


Quería irse acostumbrando al vocabulario y usarlo, aunque le apenara reconocerlo hasta había hecho unos pequeños glosarios útiles para diversas circunstancias a punta de ver por cable algunos canales de TV argentina.

-       Cuando el loco salía a deambular por las calles todo el mundo paraba para verlo. Y no es que actuara de forma extraña.  O bueno así era la mayor parte del tiempo. Su simple presencia llamaba la atención. Tenía una barba que le llegaba hasta el pecho y una melena que le daba casi hasta el culo. Y no es que no se vean fachas así acá en capital, hasta más raras. Si te vas a la Facultad de Letras en Puán, o a la de Sociales, seguro verás a muchos pibes así. Lo que llamaba la atención en él era la forma tan desordenada en que llevaba el pelo. Nunca se peinaba.

Pero no siempre fue así. En un tiempo fue un elegante profesor de periodismo, siempre pulcro, perfumado y bien peinado. Claro que de eso se encargaba su mujer, Emilia, pero todo cambió cuando ella lo dejó. Y no se fue por otro, no hubiera sido capaz. Se fue porque simplemente no soportaba más las locuras de un tipo que metido en un mundo en el que los libros eran prioridad, quería vivir todo lo que leía. Hacé de cuenta vos una especie de Quijote moderno.

- ¿Y qué libros leía? – lo interrumpió la pasajera que ya no le prestaba atención a la ruta, le daba lo mismo, las enormes avenidas, los edificios bonitos aunque algo viejos, los anuncios de productos que no conocía, los carros más populares, todo era nuevo para ella y no le disgustaba la historia de la extraña Sherezada del volante la acompañaba en este descubrimiento.
- Todo lo que caía en sus manos, bueno a excepción de esa mierda de autoayuda y cosas así de ese estilo, ¿viste?
- Pero qué era eso tan malo que leía y que quería vivir que tanto molestaba a su esposa.
- Ah, pues al contrario, era bueno jaja. Siempre andaba con algo de sus autores favoritos en su mochila, los leía y releía, una y otra vez. Siempre con algo de Burroughs, de Kerouac, del cubano Pedro Juan Gutiérrez, cómo olvidarse de Poe, de su paisano Vallejo y sobre todo de Bukowski, el que más lo apasionaba. Él quería ser uno de sus personajes, y bueno eso no lo entendían mucho.
- Si los conozco y me imagino. Los leí a escondidas, estudié en una universidad de monjas que los tenían censurados.
- Ah, mirá vos, la censura no es producto nacional de ningún país. Pero dejá que te termine de contar.

-       Como te estaba diciendo todo empeoró con la separación. Ella ya lo había conocido así, medio loco, pero sabía cómo controlarlo. Y mirá vos que esa locura, no sé por qué, era como si tuviera alguna relación con su pelo. Era como un Sansón ideológico, o no sé cómo explicártelo, entre más largo tenía el pelo, más ideas le fluían, más cosas interesantes pensaba y escribía, iba ganando un espacio en el mundo académico. Pero como te digo era todo un señor, su melena siempre impecablemente peinada, incluso la envidia de muchas minas. Emilia se esmeraba en cuidarlo, en amarlo, parte de eso se reflejaba en la forma en que se ocupaba de su pelo. Era algo carente de lógica, todo un cuento. Cuando le dejaba el pelo suelto, el pibe era una fuente interminable de buenas ideas, una  por segundo. Escribía con manía, como si alguien le estuviera haciendo un dictado. Cuando Ella le hacía media cola, por lógica era medio loco, ya desde ahí se veía lo que se le venía al pobre. Cuando le hacía una trenza, todas sus ideas se enredaban, casi nadie le entendía, y cuándo le recogía el pelo en una cola apretada a él le costaba expresarse, parecía no poder decir lo que pensaba. Pero cuando ella se fue, todo se fue a la mierda. Nunca más volvió a ser el mismo.

A medida que su pelo crecía, al principio aumentó su producción literaria, pero luego, entre más tiempo pasaba, sus ideas se fueron enredando, a la par de sus greñas que poco a poco se convirtieron en una extraña mala versión de los dreadlocks de los rastafaris. Fue ahí cuando le empezaron a decir el Loco. Bueno para ser justos y no culpar del todo a su mujer, su comportamiento también contribuyó a que le pusieran ese apodo. Bebía mucho, por no decir que todo el tiempo, cuándo aún tenía guita siempre andaba con una Stella Artois de litro debajo de un brazo y un libro debajo del otro, luego con cualquier bebida alcohólica de caja que estuviera al alcance de su reducido presupuesto que se fue agotando gota a gota, mejor dicho libro a libro, pues fue vendiendo uno a uno los ejemplares de su enorme biblioteca en las tiendas de Corrientes.

Se fue convirtiendo en un indigente. En un desechable, como les dicen allá o en un cartonero, como les dicen acá. Da igual cómo les digan, la pobreza es la misma en todas partes y tiene los mismos efectos. Aquí y allá.

- ¿Si?, ¿Acá también es así?, pensé que no era tan dura la cosa – dijo algo incrédula aunque algunas imágenes que veía a través de la ventanilla respaldaban las palabras del taxista.
- Y claro, que te creías, que venías al primer mundo jajaja, pará chiquita, si acá la cosa está jodida. Te creíste el bardo de que esta era la París de Sur América, que vivimos como en Europa, jajaja.
- No pero, no pensé que la cosa era para tanto.
- Mirá, ahí está otra prueba. Un piquete.
- ¿un qué?
- Un piquete, una manifestación, una protesta, acá las hay todos los días, por cualquier motivo, justo o injusto, igual ya me hincharon las bolas, nos toca agarrar por otro lado. Hay que estar preparado, conocerse las rutas, si no, te jodés.
- Pero bueno si esto pasa me dijeron que era fácil moverse en el subterráneo.
- Y sí, claro, ahí cerca tenés la línea D, pero será fácil cuándo no hay huelga, los del subte a cada rato hacen paro y si no son los trabajadores no falta el que se suicida tirándose cuando pasa el tren. Pero bueno para moverse hay una guía muy buena, la famosa Guía T, por aquí tengo alguna que si querés te la vendo bien barata.
- ¿Y cuánto vale?
- Mmm pues por ser a vos te la voy a dar regalada, 25 pesos, tomá, pero ahora me das la plata, cuando me abonés lo de la carrera. Igual nos toca desviarnos, esta ruta está cortada. Pero bueno así te acabo de contar la historia.

-       Como te decía, el Loco caminaba tambaleándose, de calle en calle, por Santa Fe, por Guemes, por Charcas, por Araoz, por Vidt, por Mansilla, en fin por todas las vías del sector, viendo a su amor en cada porteña de ojos verdes, y acá son muchas eh, todas huían ante sus requerimientos amorosos. También perseguía algunos pibes, pero no porque se haya vuelto puto, lo hacía para defenderse pues muchos lo insultaban y le tiraban cosas a la salida de los colegios de Palermo. Nunca se fue de ese Barrio, en el que siempre vivió desde que llegó de tu país y en el que al principio era bien recibido. Con el tiempo nadie lo quería cerca, era entendible, ya sus pelos y sus ideas eran algo de otro mundo.

Por increíble que fuera sólo se lo bancaban los chinos que tenían un supermercado en Charcas y Medrano, y eso que los chinos son todos unos hijos de puta. Claro que en parte era una compensación, ¡tanta birra que les compró el loco cuando todavía tenía guita!.

- ¿Y es que hay muchos chinos?
- Ja, muchos no es palabra, son una invasión, es más son una mafia, ya lo verás, son los dueños de todos los supermercados de barrio. Es como si distribuyeran el territorio, cada dos o tres cuadras te topás con uno y explotan a los pobres paraguas y bolitas.
- ¿paraguas y bolitas?
- Paraguayos y Bolivianos, o que tenías en mente, ¿un país lleno de blanquitos? No si acá hay mucho morocho, incluso el argentino es morocho, porque una cosa es el argentino y otra el porteño. Ya te darás cuenta vos misma. Peruanos también hay muchos, son los que manejan la merca, el narco.

No se refirió a los colombianos y la pasajera que ya se había acostumbrado a la impertinencia del narrador prefirió no preguntar.

-       Y bueno, como te decía, los únicos que se lo aguantaban eran los chinos de ese super y por las noches lo dejaban dormir en la bodega y en el día le daban algo de comer en el restaurante que tenían a la vuelta, sobre Salguero. Y bueno también en una parrilla, “En lo de Bebe” que traducido al colombiano sería algo así como “En donde Bebe”, está muy cerca de donde te llevo, ahí a media cuadra de Scalabrini. Bueno ahí le daban algo de lo que sobraba durante las noches para él y su compañera.

- ¿Su compañera?
- Sí. Porque es que no terminó solo, siempre lo acompañaba su gata, La Negra, aunque en realidad se estaba volviendo medio mona, medio atigrada. Era como su sombra. Ese animal sí que lo amaba, casi tanto o igual que su mujer, con la diferencia de que nunca se separó de él. Era rara la relación entre esos dos. Yo creo que si la gata hubiera aprendido a peinarlo con sus hábiles uñas retractiles, la cordura le hubiera vuelto a la cabeza y hubiera podido volver a vivir como alguien normal, sin embargo ella se contentaba con darle cariño, con ronronearle, con abrigarlo con su cuerpo peludo en los días invernales. Y él le correspondía con su amor, calentándola con aliento, con su constante tufo a alcohol y compartiendo la poca comida que le regalaban. Hacían buena pareja, además la Negra también tenía ojos verdes, como Emilia.

Nunca se volvió a saber a ciencia cierta del paradero del Loco, se marchó después de que varias minas de ojos claros desaparecieran y ante la falta de pistas las autoridades haciendo caso a simples rumores lo señalaron como principal sospechoso. Igual varias chicas parecidas a Emilia se han seguido perdiendo sin dejar rastro desde entonces.

- Solo dice esas cosas para hacerme asustar.
- Bueno, ya vamos llegando. ¿Nicaragua y Malabia me dijiste?
- No sé, espere miro… Nicaragua 4515.
- Es a dos calles de acá. Entre Malabia y Armenia, bonito lugar eh, muy cheto. El mismo barrio del loco.
- Qué historia tan rara. Ojalá no me lo encuentre, yo también tengo los ojos verdes, dijo entre risas a punto de despedirse.
- ¿Y cómo sabe tanto sobre el tal loco?
- Ah, ¿no te lo imaginás? Nadie puede contar una historia si no la ha vivido, ni que fuera Dios, por eso no les creo mucho a los libros que usan narrador omnisciente.
- No me había dicho que le gustaba la literatura.

- No nena, ¡cómo se te ocurre!, prefiero no alborotar el cerebro porque como ves puede ser dañino, por eso yo soy pelado por voluntad propia, me cuido de quitarme hasta el último pelo, para no pensar. Solo me debés 300 mangos y algo más, toda un ganga, dijo arrancando el vehículo con dirección desconocida.

martes, 2 de junio de 2015

MASOQUISMO PREMATURO

Foto tomada de: http://www.taringa.net/posts/noticias/14703829/Odontologa-loca-saca-dientes-a-su-ex-por-venganza.html

Reza un dicho popular que un amigo verdadero es el que te hace llorar con verdades y no reír con mentiras, pues bien, esto era precisamente lo que se había propuesto hacer el círculo más cercano a Martín como solución radical a una tusa que lo tenía muy mal. Ya se habían acostumbrado a sus crisis románticas cada cierto tiempo, pero esta vez las cosas parecían estarse pasando de la raya. Por eso decidieron reunir con la ayuda de un detective privado, pagado entre todos, las pruebas contundentes de la traición de Marcela, la causante de las actuales penurias, para presentárselas sin piedad a su amigo, para que de una vez por todas abriera los ojos.

 – No era necesario –dijo llorando el despechado que desde un principio de la relación había sospechado que su novia le ponía los cuernos mientras el se iba a estudiar cada semestre a Bogotá. Tenía sus dudas y por eso quería jugarse hasta sus últimas cartas, pero ver varios videos de su amada infraganti fue un golpe contundente. Ella bailando amacizada en una discoteca, tomando un café bien cogida de la mano, en restaurantes finos con tipos mayores. Todo esto sucedía mientras él la imaginaba juiciosa estudiando con sus amigas de la U, como le decía en sus llamadas. Puras mentiras. Lo que más le dolió fue ver como el ex de la susodicha seguía entrando a su apartamento a sus anchas, toda hora, como si fuera el propietario (de ella y del inmueble).

Una vez más, pensó, presintiendo la depresión que se le venía encima para dejarlo más abajo de lo que estaba.

No aprendía y al parecer nunca iba a aprender a pesar de los duros golpes que en vez de los onomatopéyicos ¡Pum!, ¡Zas!, ¡Crash! de los comics podrían representarse con nombre de mujeres, ¡Cris!, ¡Caro!, ¡Patri! y un largo etcétera, el de ahora ¡Marcela! era sólo uno más.  Sus relaciones afectivas siembre habían sido así, cargadas con una cuota de dolor que al parecer le gustaba. Un gusto presente desde que tenía memoria, incluso desde sus primeros amores platónicos.

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Las caras largas reinaban dentro del carro, en algunos de los rostros infantiles hasta se podía ver el asomo de una lágrima. Mientras tanto Martín sonreía plácidamente. Nadie, ni sus dos hermanas, ni sus tres primos, entendían el por qué. Menos cuando el destino inmediato del Nissan Patrol blanco, vehículo familiar de los Rivera, era el consultorio odontológico en donde los pequeños se someterían a la infaltable revisión anual. Las mentes de todos los chicos estaban en sus bocas, todos rogaban no tener ninguna caríe o al menos no tantas para así poder acortar el temido tratamiento.

Llegaron al sector del Parque Infantil por la calle 18, en donde quedaba el consultorio de la Dra. Julia Romero, lugar que para la comitiva de pequeños pacientes era comparable con un cuarto de torturas. La potente luz sobre sus caras, el instrumental compuesto por aparatos con extraños nombres y prominentes chuzos y sobre todo el sonido de la fresa hacían parte de sus peores pesadillas.

La cita obligada con la salud oral se cumplía cada año con un ritual que variaba muy poco, a excepción de los cambios inevitables asociados con el crecimiento de los pacientes. Llegaban siempre al mando de su abuela, la matrona de la familia que siempre se hacía cargo de los asuntos que requerían de autoridad férrea y el caso lo ameritaba ante la negativa reiterada de los nietos, excepto la de Martín quien desde los 12 años hasta se ofrecía como voluntario, cambio de actitud que sorprendió a todos pues antes era de los más reacios al encuentro con la higiene oral. Una vez en la sala de espera la abuela asignaba un orden que dependía del comportamiento de cada uno y se sentaba a bordar mientras la odontóloga hacía su trabajo, entre puntada y puntada esperaba los resultados. Los que no tenían nada y sólo tenían que hacerse una limpieza eran los mejor recompensados monetariamente por la abuela, pero nadie se iba con las manos vacías por el “sacrificio”, el monto de la recompensa bajaba de manera proporcional al número de caries de cada diagnóstico.

Martín antes de su cambio era de los que recibía más dinero, luego sucedía todo lo contrario, era como si no cuidara sus dientes a propósito y ni qué decir de sus encías. Sus tratamientos fueron haciéndose cada vez más largos y a juicio de los otros más dolorosos, sin embargo su sonrisa (no muy estética) era como una máscara permanente en esos periodos, se veía feliz y todos se extrañaban por su comportamiento. Sólo Martín sabía la verdad y se la supo guardar muy bien, tal vez ese fue un error, su silencio pudo haber marcado para siempre el sino en sus cuestiones de amor.

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Cuando entraba al consultorio de la Dra. Julia me sentía en el cielo, las paredes empapeladas de tonos azules y blancos ayudaban a hacerme esa idea en mi volátil mente. Lo primero que hacía después de cerrar la puerta y dejar atrás a mi abuela, mis hermanas y mis primos era contemplar a la mujer que solo podía tener cerca una vez al año y aspiraba profundamente ese olor aséptico que siempre asociaba con ella. Hasta ahora, cuando voy a un hospital o a una clínica que tienen aromas similares de forma involuntaria vienen a mi cabeza sus recuerdos.

Era una mujer muy bonita, cuando era niño para mí la más bonita que había visto y la primera de la que me enamoré. Era delgada pero con un cuerpo bien formado que se notaba debajo de su pulcro delantal blanco, tenía una nariz fina, recta, poco común en tiempos en que la rinoplastia no estaba a la orden del día, labios delgados en una boca alargada que le permitía lucir un gesto alegre todo el tiempo. Nunca pude descifrar su tono de piel, la luz directa sobre mis ojos hacía imposible verla bien, los colores cambiaban y a veces la veía como a través de un caleidoscopio en blanco y negro. Cuando se acercaba demasiado por alguna razón del tratamiento podía sentir sus senos en cada respiración y eso era para mí era recompensa suficiente. A veces cogía confianza u osadía, no sé como definirlo y movía la mano derecha hacia ella intentando rozar sus piernas que quedaban a unos 15 centímetros cuando subía la altura de la silla.  Lo que más me gustaba eran sus manos, sus dedos para ser más precisos, eran perfectos para su profesión, largos y delgados. Me gustaba mucho sentir como los introducía dentro de mi boca, abierta por su solicitud hasta al punto límite para que se desencaje la mandíbula, y los movía hábilmente, con mucha delicadeza, tratando de curarme pero causando dolor en el proceso, el menor dolor posible pero dolor al fin y al cabo, cuando me aplicaba anestesia ese dolor solo se aplazaba, a veces yo le pedía que no me inyectara, que usara solo xilocaína  y soportaba con todas mis fuerzas para que ella viera que en su silla de dentista no estaba un niño sino un hombre valiente. Creo que nunca lo notó.

Un año nos sorprendimos al llegar al consultorio y ver que estaba cerrado a pesar de que mi abuela había pedido cita una semana atrás. Mis hermanas y mis primos brincaban de una banca a otra dentro del Nissan sin ocultar su felicidad mientras yo lloraba en silencio en el puesto de adelante. Luego nos enteramos que había tenido que partir de un momento a otro, huyendo de las amenazas de la guerrilla que habían intentado secuestrar a su esposo y a una de sus hijas.


Nunca más la vi pero creo que nunca la voy a poder olvidar, con ella aprendí que por más de que las intenciones sean las mejores el amor siempre duele y por supuesto, lo importante de usar correctamente la seda dental.