lunes, 3 de mayo de 2010

TRANSTORNO AFECTIVO CAPILAR

- Hola, buenos días.
- Hola, ¿cómo andás?
- Muy bien, un poco cansada por el vuelo, pero bien.
- Y claro, tenés que tener en cuenta que además de las 6 horas de vuelo que te bancaste entre Bogotá y Ezeiza ahora sos dos horas más vieja. Por la diferencia horaria.
- Jaja, no había caído en cuenta. Pero pensé que eras colombiano, eso me habían dicho mis amigos que me dieron tus datos, pero tienes acento argentino.
- Y sí, tantos años por acá, se le pega la tonada. Soy pastuso. Igual allá también usamos el vos, como los caleños o los paisas, pero nosotros lo usamos de una forma especial, que daría para todo un tratado de gramática.
- Jajajaja
- Me imagino que te reís por los chistes que nos hacen, y bueno, pero te cuento que nosotros mismos los inventamos, y sacamos provecho de eso. No sabés cómo. Y ¿qué venís a hacer por acá?
- A estudiar, un posgrado en literatura.
- Jajaja, perdoná que ahora me ría yo. Una más, todos creen que porque este puto país parío a Borges y a Cortázar es la cúspide de las letras. Ja, pero bueno no te quiero desmotivar.

(silencio)

- Pero bueno, no te hagás la seria, si vos sos colombiana y yo las conozco, viví por muchos años allá, cómo hasta los 31, hasta mujer tuve y sé cómo son. Si querés te cuento la historia del loco T, desde acá a Palermo tenemos tiempo (más con las vueltas que te voy a dar hija de puta). Del chabón que te hablo, también vivía en Palermo. Y era colombiano, como nosotros.
- ¿Si?
- Aja, pastuso como yo. Y también quería ser escritor como vos. Ahí te va el cuento.
- ¿A ver?

Cuando el loco T salía por las calles de Palermo todo el mundo se quedaba viéndolo. Y no es que actuara de forma extraña. Bueno la mayoría de las veces. Su simple presencia llamaba la atención. Tenía una barba que le llegaba hasta el pecho y una melena que le daba casi hasta el culo. Y bueno, pintas así no son extrañas acá. Si te vas a la Facu de letras, o a la de Sociales en Marcelo T. verás a muchos así, pero lo que llamaba la atención en él era la forma tan desordenada en que llevaba el pelo. Nunca se peinaba.

Pero no creás que siempre fue así. En un tiempo fue un elegante profesor de periodismo, siempre pulcro, perfumado y bien peinado. Claro que de eso se encargaba su mujer, Erika, otra pastusa, pero todo cambió cuando lo dejó. Y no se fue por otro, no, incapaz sería. Se fue porque simplemente no soportaba más las locuras del loco T, que metido en su mundo de libros era como un Quijote moderno, que quería vivir todo lo que leía.

- ¿Y qué libros leía?
- Todo el que caía en sus manos, bueno a excepción de esa mierda de autoayuda y cosas así de ese estilo, ¿viste?
- Pero qué era eso tan malo que leía y que quería vivir que tanto molestaba a su esposa.
- Ah, pues al contrario, era bueno jaja. Siempre andaba con algo de sus autores favoritos en su mochila, los leía y releía, una y otra vez. Siempre con algo de Burroughs, de Kerouac, del cubano Pedro Juan Gutiérrez y sobre todo de Bukowski, el que más lo apasionaba. Él quería ser uno de sus personajes, y bueno eso no lo entendían mucho.
- Si los conozco. Los leí a escondidas, estudié en una universidad de monjas que los tenían censurados.
- Ah, mirá vos, ¡que se chupen un huevo las monjas, que me chupen los dos a mí!. Pero dejáme que te termine de contar.

Como te decía, todo cambió tras la separación. Y no es que su locura no fuera natural, o genética. Incluso, el loco T, antes de que fuera conocido con ese apodo estuvo algunos días en un hospital psiquiátrico, pero bueno esa es otra historia. Ella ya lo había conocido así, medio loco, pero ella sabía controlarlo. Ché y mirá vos, que esa locura, no sé por qué, que se yo, era como si estuviera directamente relacionada con su pelo. Era como un Sansón ideológico, o no sé cómo explicártelo, entre más largo tenía el pelo, más ideas le fluían, más cosas interesantes escribía y se iba ganando así un espacio en el mundo editorial y académico. Pero como te digo era todo un gentleman, su melena siempre iba impecablemente peinada, incluso era la envidia de muchas minas.

Erika se esmeraba en cuidarlo, en amarlo, parte de eso se reflejaba en su pelo. Era algo carente de lógica. Cuando le dejaba el pelo suelto, era una fuente interminable de ideas, tenía una ocurrencia por segundo. Cuando le hacía media cola, era medio loco, ya desde ahí se veía venir lo que se le venía encima al pobre T. Cuando ella le hacía una trenza, todas sus ideas se enredaban, casi nadie le entendía, y cuándo le cogía todo el pelo en una cola apretada a él le costaba mucho expresarse, parecía no poder decir lo que pensaba. Pero cuando ella se fue, todo se fue a la mierda. Nunca más volvió a ser el mismo.

A medida que su pelo crecía, al principio aumentó su producción literaria, pero luego, entre más tiempo pasaba, sus ideas se fueron enredando, a la par de sus greñas que poco a poco se convirtieron en rastas. Fue ahí cuando le empezaron a decir el Loco. Bueno para ser justos, y no culpar del todo a su mujer, su comportamiento también contribuyó a que le pusieran ese apodo. Bebía todo el tiempo, cuándo aún tenía dinero siempre andaba con una Stella Artois de litro debajo de un brazo y un libro debajo del otro, luego con cualquier sustancia de contenido alcohólico que estuviera al alcance de su reducido presupuesto que se fue agotando gota a gota, mejor dicho libro a libro, pues casi que regaló por pocos pesos los ejemplares de su enorme biblioteca. Según él el trago le ayudaba a olvidar, pero no, cada vez pensaba más y más en lo mismo, sin poder ordenar sus ideas.

Se fue convirtiendo en un indigente. En un desechable, como les dicen allá o en un cartonero, como les dicen acá, no importa cómo les digan la pobreza es la misma en todas partes y tiene los mismos efectos.
- ¿Si?
- Y claro, que te creías, que venías al primer mundo jajaja, pará chiquita, si acá la cosa es también jodida. Te creiste el bardo de que esta era la Europa de América, jajaja.
- No pero, no pensé que la cosa era para tanto.
- Mirá, ahí está otra prueba. Un piquete.
- ¿un qué?
- Un piquete, una manifestación, una protesta, acá las hay todos los días, por cualquier motivo, justo o injusto, igual ya me hincharon las bolas, nos toca agarrar por otro lado. Hay que estar preparado, conocerse las rutas, si no, te jodés.
- Pero me dijeron que era fácil moverse en el subterráneo.
- Y si, claro, ahí cerca tenés la línea D, pero será fácil cuándo no para, a cada rato hacen paro y si no son los trabajadores no falta el que se suicida tirándose a la venida del tren. Pero bueno hay una guía muy buena, la famosa Guía T, por aquí tengo alguna si querés te la vendo bien barata.
- ¿Y cuánto vale?
- Mmm pues por ser a vos te la voy a dar regalada, 25 pesos, tomá, pero ahora me das la plata, cuando me abonés lo de la carrera. Igual nos toca desviarnos, esta ruta está cortada. Pero bueno así te acabo de contar la historia.

Como te decía, el loco T. caminaba tambaleándose, de calle en calle, por Santa Fe, por Guemes, por Charcas, por Araoz, por Vidt, por Mansilla, en fin por todas las vías del sector, viendo a su amor en cada porteña de ojos verdes, y acá son muchas eh, todas huían ante sus requerimientos amorosos. También perseguía algunos pibes, pero no porque se haya vuelto puto, lo hacía para defenderse pues muchos lo insultaban y le tiraban cosas a la salida de los colegios de Palermo.

Nunca se fue de ese Barrio, en el que siempre vivió y en el que al principio era bien recibido. Con el tiempo nadie lo quería cerca, era entendible, ya sus pelos y sus ideas eran algo de otro mundo. Por increíble que fuera sólo se lo bancaban los chinos que tenían un supermercado en Charcas y Medrano, y eso que los chinos son todos unos hijos de puta. Claro que en parte era una compensación, ¡tanta birra que les compró el loco cuando todavía tenía guita!.

- ¿Y es que hay muchos chinos?
- Ja, muchos no es palabra, son una invasión, es más son una mafia, ya lo verás, son los dueños de todos los supermercados de barrio. Es como si distribuyeran el territorio, cada dos o tres cuadras te topás con uno y explotan a los pobres paraguas y bolitas.
- ¿paraguas y bolitas?
- Paraguayos y Bolivianos, o que tenías en mente, ¿un país lleno de blanquitos? No si acá hay mucho morocho, incluso el argentino es morocho, porque una cosa es el argentino y otra el porteño. Ya te darás cuenta vos misma. Peruanos también hay muchos, son los que manejan la merca, el narco. Nos desbancaron acá de nuestro en nuestro negocio estrella.
- Ah ¿y colombianos?
- Cuando yo vine éramos pocos, ahora somos una plaga, de un momento a otro se llenó de compatriotas, a mi me conviene, cada día hago dos o tres carreras como esta, llevando a los paisanos rumbo a su sueño argentino jajaja. Pero ya es abuso, no hay día en que salgás a la calle y no te topés con varios, además la mayoría no vienen solos como vos, se vienen en manadas a hacinarse en cualquier parte, cocinando platos de allá para no extrañar, si les da tanta nostalgia que se queden por allá, o no.

Y bueno, como te decía, los únicos que se lo bancaban eran los chinos de ese super, que por las noches lo dejaban dormir en la bodega y en el día le daban algo de comer en el restaurante que tenían a la vuelta, sobre Salguero. Y bueno también en una parrilla, “En lo de Bebe” se llama, traducido al colombiano “En donde Bebe”, es que estos argentinos si estropean el castellano, está muy cerca a donde te llevo, ahí a media cuadra de Scalabrini. Bueno ahí le daban algo de lo que sobraba durante las noches para él y su compañera.
- ¿Su compañera?

Y Sí. Porque es que no terminó solo, siempre lo acompañaba su gata, La Negra, aunque en realidad se estaba volviendo medio mona, medio atigrada. Era como su sombra. Ese animal sí que lo amaba, casi tanto o igual que su mujer, con la diferencia de que nunca se separó de él. Era rara la relación entre esos dos. Yo creo que si la gata hubiera aprendido a peinarlo con sus hábiles uñas retractiles, la cordura le hubiera vuelto a la cabeza y hubiera podido volver a vivir como alguien normal, sin embargo ella se contentaba con darle cariño, con ronronearle, con abrigarlo con su cuerpo peludo en los días invernales. Y él le correspondía con su amor, calentándola con su tufo y compartiendo la poca comida que le regalaban. Hacían buena pareja, además también era de ojos verdes la Negra.

- Bueno, ya vamos llegando. ¿Nicaragua y Malabia me dijiste?
- No sé, espere miro… Nicaragua 4515.
- Es a dos calles de acá. Entre Malabia y Armenia, bonito lugar eh, muy cheto. El mismo barrio del loco.
- Qué historia tan rara. Ojalá no me lo encuentre, yo tengo los ojos verdes. ¿Y cómo sabe tanto del loco T?
- Ah, ¿no te lo imaginás? Nadie puede contar una historia si no la ha vivido, ni que fuera Dios.
- Pero, ¿cómo así?, ¿usted es él?
- No nena, ¡como se te ocurre! , no ves que yo soy pelado, no tengo ni un pelo en la cabeza, me los quité para no pensar. Son 300 mangos, todo un gangazo.

1 comentario:

  1. yo tambien me alcanze a imaginar ke tu eras el loko T. Lo que si esta demostrado es ke no es verdad ke a cabellos largos ideas kortas. Me alegra ke estes eskribiendo, tus eskritos son klaros y a mi me enkantan. sigue asi. Te envio un abrazo desde la fria ciudad Pasto.

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