martes, 28 de febrero de 2017

CASA SHOW INTERNACIONAL


Salí mamado de clases de procesal a las 6 de la tarde. Sin embargo estaba ansioso y animado, era principio de mes, era día de giro. Fui directo al cajero de Conavi de la carrera tercera. Saqué lo suficiente para ese viernes, lo mismo que separaba cada mes de mi presupuesto estudiantil para ir a Casa Show Intenacional. No lo podía evitar.

Caminé por la avenida 19. El chuzo era en la carrera octava, no muy lejos. Llegué, subí las escaleras siempre iluminadas con luces rojizas.  La entrada estaba franqueada por un cancerbero negro y pasado de kilos que me pidió la cédula que aún no tenía, pero eso no importó ante los billetes que relucían en mi billetera.

Entré y me senté en una mesa junto a la pista. Pedí una cerveza del barril realmente hedionda, era un líquido amarillo sin ningún sabor, aguado y casi transparente. Me la tomé rápido, de tres bocados, mientras esperaba el show de Mireya.

No era la más linda, pero yo era su cliente y ella lo sabía.

Sonó Hotel California, Mireya salió con su pelo corto y bien peinado, con laca, tal como se peinaba en ese entonces mi madre y muchas de sus amigas. Apenas me vio se vino cerca de mi mesa y me dedicó su streptease. Eran dos canciones, una para calentar a los clientes y la otra para empelotarse. Esa tarde las dos fueron para mi.

Cuando terminó y se sentó a mi lado ya lo tenía parado, latiendo, casi a punto de romper la cremallera del pantalón. Ella como buena profesional lo notó de una, me guiñó un ojo, me cogió la verga con su mano derecha, mientras con la izquierda revisaba mi billetera.

Listo. Pa la pieza.

La pieza era horrible, un cuchitril debajo de las gradas que llevaban a los locales de arriba de la ruinosa locación. Una cama sencilla y un colchón duro. ¿Para que más?

Mireya llegó a la pieza, me desvistió, me comió, me lamió y se despidió. A ella le gustaba estar conmigo, por algo siempre me regalaba un polvo extra. Así era siempre, dos polvos, uno con el afán de la excitación, el otro con la calma de un aprendiz que asimilaba las lecciones de una experta.

Me vine y sentí la calma en mi cabeza.

-Chao Amor, me dijo.
- Chao al amor, dije yo.

Me vestí y salí a buscar el bus que me llevara al J. Vargas, haciendo cuentas de cuánto tendría que ahorrar cada día de este mes para volver a verla.





No hay comentarios:

Publicar un comentario