domingo, 12 de abril de 2015

CUESTIÓN DE MIRADAS

"Ojos en Carnaval" Miriam Outeiro 

Era un viaje de trabajo como tantos otros, sin embargo días antes de la partida estaba un tanto ansioso. La sede del Congreso al que asistiría sería Medellín, ciudad en dónde había vivido por casi una década y donde tendría algunos reencuentros esperados y algunos encuentros que nunca había imaginado, pero que ya se estaban planeando.

Había publicado en Facebook que asistiría a un evento académico en Medellín y que me gustaría ver a algunos de mis amigos y viejos compañeros. Las respuestas no se hicieron esperar. Los parceros de siempre. Samuel invitándome a su casa en Santa Elena a tomar unas cervezas como lo hacíamos antes y a recordar nuestras expediciones a bordo de la Vespa por el barrio Antioquia; Catalina, la amiga de siempre para ir a tirar paso en el Eslabón Prendido y después a comer unas buenas quesadillas por el lado del Parque del Periodista, mejor conocido en los bajos fondos como el Guanábano; Tavo que ahora se dedicaba de tiempo completo a la música me enviaba las coordenadas del próximo toque de Neoplatonics, su banda, que felizmente coincidía con mi estancia en la ciudad de la eterna primavera. Uno que otro ex condiscípulo también escribió saludando, pero sin nada en concreto, más como por cumplir las normas de la cortesía paisa que por tener verdaderas ganas de un encuentro.

Recibí los mensajes esperados. Los necesarios para programar una agenda social alternativa y paralela a las conferencias del congreso. 

Hubo un solo mensaje que me causó sorpresa. Era de Sara Marín, una chica simpática de la Bolivariana que estaba un par de semestres por debajo y con la que nunca tuvimos mucho contacto en tiempos de la universidad. Después de graduarnos nos habíamos encontrado una noche en Buenos Aires cuando estaba haciendo mi maestría por allá en el año 2008. Ella había ido en plan de turismo y me había escrito pidiendo alguna orientación, quedamos en encontrarnos para ir a cenar y darle todas las recomendaciones e indicaciones del caso para una buena estancia en la ciudad de la furia. Nos encontramos un viernes a eso de las diez de la noche en su hotel, cerca de la Calle Florida, caminamos por Puerto Madero hasta Siga la Vaca, una parrilla libre muy de moda entre los turistas colombianos, encantados con la posibilidad de comer sin límites. La bebida también era abundante, una botella de vino por comensal. Así entre corte y corte de carne, entre charla y charla sobre los innumerables planes posibles en la metropolí suramericana y entre brindis y brindis se fue pasando el tiempo. Los ojos de Sara daban señas de un estado entre el sueño y el alicoramiento. Al percatarme traté de dar fin a la velada. – tomemos un taxi, sugerí. – ¡Ay no seas aburrido! respondió con su típica tonadita antioqueña. Miré el reloj, apenas la 1:10, recordé el after office de Museum, y pensé que era un buen plan para cerrar este encuentro de compatriotas, además estábamos cerca de San Telmo donde se ubicaba la discoteca,

Al llegar al popular boliche no pudo disimular su asombro ante la majestuosidad del lugar. No podía creer que esta hermosa construcción, diseño del señor Eiffel, el mismo de la torre de París, estuviera dedicada a un no tan sano esparcimiento. Tres enormes pisos con varias pistas en las que sonaba música para todos los gustos, electrónica, rock and roll, el inevitable reguetón y la hedionda pero pegajosa cumbia villera animaban a los más de mil asistentes. Al momento de ordenar Sara extrañó no poder pedir una mediecita de guaro, sentimiento que fue mutuo. Nos conformamos con varios speed con vodka, bomba explosiva que vendían en todos los antros de Buenos Aires. Todas las circunstancias apuntaban hacia un mismo lado: la cama, situación que yo quería evitar. No estaba entre mis planes ni entre mis deseos engañar a mi novia de entonces (mi esposa  de hoy) con alguien que sabía que no pasaría de ser una aventura de unas horas causada en gran parte por el efecto de las bebidas espirituosas. Al fin y al cabo, reflexioné en medio del bullicio, nos conocíamos hace rato y nunca de ninguna de las partes hubo muestras de desear algún tipo de acercamiento, así que argumentando estar muy mareado la saqué del sitio a pesar de sus negativas, la dejé en el hotel y en el mismo taxi me fui para mi mini-departamento de Plaza Salguero.

No la volví a ver. Nos hablamos por teléfono durante su viaje durante los primeros dos días en los que saqué todo mi inventario de excusas para no encontrarnos. Luego ya no llamó. Por las fotos que publicó en Facebook pude ver que pronto había encontrado un nuevo guía, un argentinito cari lindo con el que pasó todo el resto de su experiencia porteña. Confieso que hasta me dieron un poco de celos. – Ese podía haber sido yo si hubiera querido, pensé. Sin embargo estos sentimientos absurdos se esfumaban por completo cada vez que me conectaba a Skype y podía ver de frente a los ojos, a través de la pantalla, a Natalia, hablar con ella sin tener el peso de ninguna culpa sobre mí.

Yo ya me había olvidado de ese capítulo que hoy volvió a mi memoria como una película a causa del inesperado mensaje de Sara Marín. - “Hola, ¿quieres saber de lo que te perdiste en Argentina? Me escribes si tienes tiempo cuando estés en Medellín”, un mensaje que me pareció claro y directo, fui consciente de que si contestaba ese mensaje de cierta forma comenzaba a fraguar un plan para engañar a mi mujer, una idea que hasta ese momento ni siquiera se me había atravesado.

Sentí curiosidad y fui rápidamente a su página de perfil. En la foto salía sonriendo feliz, abrazada sobre a una hamaca con un hombre que aparentaba su misma edad, unos 33. Tras una rápida exploración por sus álbumes pude ver que el sujeto en cuestión era su esposo y que hacía una semana habían estado celebrando su primer aniversario. El muro de Sara era un mosaico de meloserías y demostraciones virtuales de amor para su marido. Qué manera de saber mentir, me dije, sentí pena por él. - Apenas un año de casados y ya buscando con quién acostarse, pronuncié con algo de rabia en voz alta, como hablándole a un interlocutor imaginario del que esperaba alguna respuesta. Y la respuesta vino en forma de interrogación: ¿Si así es al año, te imaginas en tu caso que ya llevas seis de matrimonio? Esas palabras inaudibles quedaron retumbando en mí. Nunca me había puesto a pensar en eso. Evité volver a las paranoias que antes me habían traído algunos problemas con Natalia y preferí ser racional. No me imaginaba a mi esposa en esas, la relación estaba estable desde el nacimiento de nuestras niñas. Sí, no me iba a venir a enredar la cabeza por esto que estaba pasando. El cornudo era él, no yo.

Un par de días después mientras me tomaba el café de la mañana en la oficina, sin pensarlo mucho respondí el mensaje de Sarita Marín. – ¿De qué me perdí? tecleé desde el celular. Ese día no hubo ninguna contestación, lo que admito hasta me alegró porque era ponerle fin a la tentación, sin embargo su respuesta llegó a la mañana siguiente, bien tempranito, tanto que el sonido del celular despertó a Natalia a quien tuve que inventarle cualquier cosa para justificar un mensaje “de trabajo”  a las 5:35 A.M.. El mensaje carecía de palabras. Era una serie de selfies de Sara en el baño, desnuda, duchándose, acariciándose, primeros planos de sus tetas, sus pezones rosados, su culo, en fin, para que seguir y arriesgarme a la censura. El engaño estaba consumado.

Llegó el día del viaje. Natalia me llevó hasta Chachagüi y durante esos 40 minutos cruzamos los dedos para que el aeropuerto Antonio Nariño esté operando y recordamos las tantas veces que el avión no había podido aterrizar en Pasto y por eso habíamos perdido en varias ocasiones algunos días de clase, yo en Medellín y ella en Bogotá, o cuantas veces nos tocó dormir en Cali en dónde hacía escala o terminar el viaje aéreo a bordo de una flamante Transipiales. Me reí mucho con mi esposa, tanto como cuando estaba con mis amigotes. Afortunadamente el vuelo salió conforme al itinerario previsto. Nos despedimos con un beso en la boca, inocente, como el que se dio el actor de Mi Pobre Angelito y una niña muy bonita en una lata que se llamaba Mi Primer Beso, cosa de niños.

"Love" Leonid Afremov
La agenda planeada para la estadía en Medellín se cumplió al pie de la letra. No sucedió en este orden, pero desde los primeros años de primaria en el colegio Filipense, en donde estudiamos con Natalia, aprendí la propiedad conmutativa que reza que el orden de los factores no altera el resultado, o algo así. Asistí a todas las conferencias que debía asistir, la responsabilidad ante todo. Me fui con la Cata para el Eslabón y bailamos como nunca, o mejor, como siempre. Para coger fuerzas enchiladas dobles con los deliciosos ajíes de maracuyá, tomate de árbol o uvilla únicos en el país (valga la cuña). Estuve en el concierto de Neoplatonics, escena del crimen planeada entre Sara y yo para nuestro encuentro. Plan perfecto. Sara le había dicho a su amado esposo – Lindo, imagínate que un compañero pastuso de la U vino y varios compañeros (ese varios en realidad éramos dos)  nos vamos a encontrar en el concierto del grupo de Gustavo, el loquito que te presenté la otra vez (ya era medio famoso). Sin entrar en tanto detalle, mientras tocaban nosotros sin mediar palabra estábamos envueltos en un beso apasionado, de manera natural salimos y nos fuimos un buen rato para la casa de Tavo en Carlos E Restrepo que estaba muy cerca. No sé si  valió la pena, no fue nada del otro mundo, lo mismo que había presentido años atrás en Buenos Aires.

Además de este encuentro, lo único raro en este viaje fueron las pocas llamadas de Natalia, ella que puede catalogarse como una mujer intensa a la que siempre le gusta estar marcando terreno. Pero pensándolo bien eso ya había sucedido en los últimos dos viajes. Sólo ahora me daba cuenta de ese detalle, seguramente porque ahora andaba pendiente del teléfono, con sentimiento de culpa temía que una de esas llamadas ocurriera en pleno encuentro con Sara.

Una media hora antes del cierre del bar en donde tocaba Tavo volvimos al lugar. Cuando llegó a recogerla el pobre marido a las tres de la mañana como habían acordado ni siquiera sospechó que el sujeto que le presentaba Sara como su “mejor amigo” de la universidad se la acababa de comer. Incluso amablemente se ofreció a llevarme hasta el hotel, lo cual acepté con gusto y con algo de morbo. Tras las presentaciones de rigor nos dirigimos a un viejo auto en el que preferí viajar callado, exagerando un poco, me excusé en un estado de embriaguez inexistente. No quería participar en esta escena en la que quiéralo o no yo era un protagonista invisible. Me hice el dormido mientras oía la conversación de la pareja. - Tienes algo raro en tus ojos Amor, en la mirada, dijo el marido. -Seguro es por tanto humo de cigarrillo en ese chuzo corazón, contestó Sara. Esa noche me dejaron en el hotel, me despedí como si fuéramos los mejores amigos de la vida y me largué a mi cuarto, por más que traté no pude dormir bien.

Afortunadamente el día siguiente el clima sonrió y el aeropuerto Antonio Nariño operó normalmente y pude volver a la casita. Mientras esperaba el equipaje vi a mi esposa esperándome puntual al otro lado de la puerta de vidrio y me sentí mal, culpable. Igual al salir del terminal aéreo la abracé, la besé, otra vez con el estilo inocente de Macaulay Culkin y le entregué los regalos que le había comprado en el aeropuerto José María Córdoba tratando de compensar materialmente mi error. Subí las maletas al baúl y me senté en el puesto del copiloto para emprender el viaje a Pasto dispuesto a ponerme al día con los chismes locales y a entablar una buena charla con mi mujer, como las de siempre. Prendí un Piel Roja y ella un Marlboro Ice al tiempo de poner el motor en marcha, al momento de compartir el fuego del encendedor nuestros ojos se cruzaron. Su mirada era rara, no sé cómo sería la mía, si reflejaría esa culpa con la que cargaba, su mirada  me trajo a la mente un flash back, era la misma de Sara Marín después de nuestro encuentro.

-       ¿Qué te pasa negrita? Le pregunté, te veo rara, ¿estás enferma?, tienes algo diferente en los ojos.
-       Uy sí, contestó de afán como queriendo evadir el tema, - los siento un poco irritados, es que el humo de esos puchos tuyos (los mismos que había fumado desde que nos conocíamos) es muy fuerte, dijo mientras sintonizaba en la radio La W para oír noticias y ponerle así fin a la conversación.


Un silencio incómodo, a pesar de la voz de Julito, reinó durante todo el trayecto hasta nuestro “hogar”.

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