domingo, 20 de marzo de 2011

PROPÓSITOS DE UN URIBISTA CONVERSO



(caricatura de Matador)

Aburrido de que me digan mamerto, comunista o socialista; cansado de que en Facebook me acusen de guerrillero y narcoterrorista; desilusionado de azules, rojos, amarillos y verdes; fatigado de ir contra la corriente, he tomado una firme decisión: a partir de hoy seré uribista. Dejaré de lado mi individualidad y me sumaré a la masa informe que idolatra y clama por el regreso del mesías paisa a la Casa de Nariño.

Pero no seré un uribista cualquiera. No señor. Nunca seré como esos copartidarios falsos que se sienten a gusto con la gestión de Santos. Eso sí que no. Yo seré un uribista pura sangre y con ese fin me he hecho los siguientes propósitos:

No seguiré a periodistas parcializados como Coronell, Zuleta, Bejarano, Caballero o María Jimena Dussán, defensores de los intereses del narcoterrorismo. De ahora en adelante sólo me informaré a través de espacios objetivos y progresistas como los programas y columnas de prohombres como José Obdulio Gaviria, Plinio Apuleyo y Fernando Londoño Hoyos.

Creeré a ojos cerrados la tesis de que el paramilitarismo ya no existe gracias a la exitosa negociación de Ralito y la posterior desmovilización dentro del proceso de Justicia y Paz. Las denominadas Bacrim son un fenómeno criminal nuevo, consecuencia de la falta de mano dura del actual gobierno. Nada tienen que ver con los paramilitares, aunque estén conformadas por ex paracos que nunca se desmovilizaron o que volvieron a delinquir.

Negaré la existencia de los llamados “Falsos Positivos”. Los más de mil casos de jóvenes asesinados que se han denunciado a la justicia no son otra cosa que bajas de guerrilleros en combate con el glorioso Ejército Nacional. No importa que algunos de estos cuerpos aparecieran con botas nuevas y puestas al revés o que estuvieran ultimados a tiros sin que los orificios de bala se vean en los uniformes, ni tampoco que muchos de estos “combatientes” padecieran enfermedades físicas y psicológicas que los incapacitarían para la guerra.

En pro de la equidad apoyaré siempre programas como Agro Ingreso Seguro, en el que se entregaron millonarios subsidios con dineros públicos a los más ricos del país. Con programas como este también se benefician los más pobres, quienes al no poder convertirse en dueños evitan la carga impositiva que implica tener una propiedad.

Defenderé siempre a la familia como el núcleo de la sociedad y pondré a la mía por encima de todo, como lo hizo el magnánimo Uribe de forma Franca. De este modo aprovecharé cualquier posición privilegiada en lo público o lo privado para favorecer los intereses patrimoniales de mis hijos, hermanos y parentela hasta cuarto grado de consanguineidad.

Seré un convencido de que la Confianza Inversionista fue un logro posible gracias a la seguridad que proyectaba en los empresarios la presencia del excelso líder en el solio de Bolívar y no a la infinidad de exenciones de impuestos con que se vieron favorecidos los inversionistas.

Por último y como condición previa me haré una lobotomía, la única forma de ser un uribista a carta cabal.

miércoles, 16 de marzo de 2011

VIDA URBANA, FLEXIBILIDAD Y DESARRAIGO


La ciudad, ese espacio heterogéneo y complejo, se ha convertido a inicios del siglo XXI en el ámbito habitual del actuar del hombre contemporáneo. La cantidad de gente que convive, con orígenes e intereses tan disímiles hacen que la ciudad ofrezca a sus moradores, según Richard Sennet,[1] “la posibilidad de desarrollar una conciencia de sí mismos más compleja y más rica”. La coexistencia habitual con desconocidos y el elevado nivel de anonimato que se vive en las grandes ciudades –si lo comparamos con la familiaridad que se ve en las pequeñas localidades- permite que los individuos asuman varios roles al mismo tiempo, pudiendo “desarrollar múltiples imágenes de sus identidades”.[2]

Colombia no ha sido ajena al proceso mundial de urbanización de la población. Hace poco más de un siglo, en el año 1900, menos del 10% de la población era urbana, esta cifra ascendió al 30% en 1930 y al 70% en el último censo realizado en 1993.[3] Las causas de las migraciones son muy variadas, algunos llegaron voluntariamente en busca de mejores opciones laborales y económicas cuando la agricultura cedió terreno ante el sector industrial y otros –en los reiterativas etapas de violencia- fueron obligados por los grupos armados a abandonar sus tierras, y lo peor su modus vivendi, sus costumbres y su modo de ganarse el sustento diario. Huyen a la ciudad para seguir sobreviviendo.

Ya sea que la migración sea voluntaria o forzosa, con fines preestablecidos o porque ‘toca’, la ciudad se abre para recibir a un gran cúmulo individuos que tiene como único elemento común el vivir en una misma urbe, pero cuyas identidades divergentes no les permiten asimilarse como iguales y desarrollar un cierto grado de fraternidad por nuestros conciudadanos. Por esto es necesario lo que el filósofo Emmanuel Levinas denomina “proximidad del desconocido”, ser concientes de que todos compartimos intereses comunes al compartir el mismo hábitat de cemento. El concepto de identidad cambia en el marco de las grandes metrópolis, ésta entendida como “La imagen que tenemos de nosotros mismos”[4] varía convirtiéndose en lo que el teórico de la comunicación Miguel Rodrigo Alsina llama identidad intercultural en la que se reconocen valores ajenos a los nuestros y se respetan y toleran aceptando que se hace parte de un ‘megaetnia’, la occidental. “Partiendo de la relativización de nuestra cultura nos llevará a la comprensión de otros valores alternativos y a su factible aceptación”[5] explica.


LA FLEXIBILIDAD LABORAL

El factor económico es de gran trascendencia en la vida de todo ser humano, máxime si consideramos que su subsistencia en un mundo donde domina el libre mercado depende de su desenvolvimiento en dicho marco liberal. Según denuncia Boaventura de Souza Santos[6], el mercado desbordó su poder y tuvo un desarrollo “hipertrofiado” en detrimento del Estado y de la comunidad. Hoy los intereses que reinan son los del mercado, más ahora cuando las teorías neoliberalistas son las que imperan en el nuevo contexto globalizado.

Richard Sennet afirma que esta flexibilización en las relaciones laborales, combinadas con las nuevas características de mundialización que poseen los mercados y los avances en las telecomunicaciones, tienen como consecuencia un desarraigo, un desapego de la ciudad como aspecto físico, que a la vez conlleva una superficialidad en las relaciones del individuo a todo nivel (urbano, laboral, político e incluso familiar).

El hombre siempre ha buscado organizar su trabajo y la producción, fue así como en el desarrollo de la sociedad industrial Weber estableció el modelo burocrático, piramidal en el que la jerarquía ejercida de manera vertical se asemejaba mucho a la estructura militar, con una cabeza y varios empleados que se limitan a obedecer; además instituyó la división del trabajo y la especialización. Con el tiempo se buscó hacer más flexible y ‘democrática’ la participación en las empresas, surgieron entonces organizaciones horizontales, conformadas por un centro (que dirige y dicta las ordenes) y varios grupos que trabajan compitiendo entre sí, donde obtienen ganancias sólo quienes mejor lo hagan. Así se establece un sistema en el que el trabajo como tal no tiene valor sino en el que solo “el ganador cobra” según palabras del economista Robert Frank.[7]

Aunque en nuestro país el régimen laboral indica que los contratos de trabajo si no se determina lo contrario deben entenderse en principio como a término indefinido,[8] la práctica nos demuestra que en realidad el porcentaje de nuevas vinculaciones con este tipo de contrato es mínimo. Más después de la última reforma laboral del presidente Uribe. Los contratos temporales, por obra, o por nuevas modalidades como el outsourcing son las formas más comunes de vinculación laboral. Estas formas de relación impiden que haya un acercamiento real entre el trabajador y la empresa y sus compañeros, que con seguridad no sentirán la empresa ‘como suya’, sin embargo los empresarios las prefieren por su menor costo en lo que a cargas prestacionales se refieren. De esta manera, esfuerzos políticos como el establecimiento de un Estatuto de seguridad social[9] son vanos pues ante la disyuntiva de aceptar este tipo de relaciones económicas inestables o ‘morirse’ de hambre, el individuo no lo piensa dos veces.

De Souza Santos denuncia tal hecho como la “transformación de la clase obrera en mera fuerza de trabajo” además asegura que esta “flexibilización, o mejor, precarización de la relación salarial que por todas partes han venido siendo adoptadas: disminución de los contratos de trabajo por tiempo indeterminado, substituidos por contratos a término fijo y de trabajo temporal, por el trabajo falsamente independiente y por la subcontratación, por el trabajo a domicilio” conlleva consecuencias de mayor gravedad en el que la inseguridad laboral y la continua competencia en la que están inmersos los trabajadores en un mercado reducido se han convertido en “poderosos instrumentos de neutralización política del movimiento obrero”.[10] 

En la misma línea pero con una visión un tanto menos crítica Javier Echeverría expone en Telépolis su visión de las nuevas ciudades, determinada totalmente por la globalización y las nuevas posibilidades que ofrecen al hombre los adelantos en tecnología y comunicación. Analizando la economía de esta nueva ciudad el autor asegura: “la novedad fundamental es la siguiente: el mercado ha invadido las casas y, al hacerlo ha generado nuevas formas de relación económica”,[11] asegura que la nueva estructura social requiere un nuevo mercado propio de telépolis en el que se altera la “estructura misma de la terna producción/ comercio/ consumo.”[12] Estas nuevas formas que para algunos son muestras de libertad son en realidad mecanismos que aíslan al individuo, negando la oportunidad de generar grupos fuertes, permanentes que defiendan en conjunto los intereses comunes. Una primera prueba de ello es el debilitamiento del movimiento obrero y el desconocimiento de derechos básicos como el de asociación sindical.

Este desinterés por los demás, así pertenezcamos a círculos comunes (aulas de clase, fábricas, oficinas) se refleja en la participación casi nula de los sujetos en la vida común de la sociedad, de su apatía por la política entendida como la participación en lo público para guiar los esfuerzos aunados de toda la comunidad hacia el bien común y el bienestar general de la comunidad. Cada quien se preocupa por lo propio, por sus intereses, esperando sobrevivir en una especie de selección natural determinada por la economía (capitalismo global). De Souza Santos[13] dice que la teoría liberal al diferenciar sociedad civil del Estado, contribuye a la pasividad del ciudadano, quien sólo recibe y acata ordenes pero no participa en la toma de decisiones, es un espectador más de un espectáculo.

Este carácter de espectador que ha adquirido el individuo en el contexto contemporáneo será mucho más marcado en cuanto el desarrollo en las telecomunicaciones aumente. Los medios masivos se establecen como el reemplazo de la tradicional ágora griega. “Nadie en su sano juicio dudaría de que los mass-media constituyen el escenario por antonomasia para la cosa pública.”[14] Así la vida pública, el interés general, la comunidad, la participación ciudadana, la cívica van siendo conceptos cada vez más lejanos al individuo quien concentra todo su esfuerzo en el desempeño adecuado en sus labores que asegure su sostenimiento, sin distracciones innecesarias (como para algunos la política) que pongan en riesgo su supervivencia en el mercado laboral. Primero esta la resolución de las necesidades básicas que el ejercicio de una verdadera ciudadanía.

El riesgo mayor que anuncia Sennet es el traslado de estas formas superficiales de intersubjetividad al grupo familiar, que se verá totalmente desfigurado si las relaciones se caracterizan por la temporalidad y la falta de cooperación entre sus miembros. Para ello la comunidad internacional y la mayoría de los estados (entre ellos Colombia), se ha visto en la necesidad de proteger la familia como el “núcleo fundamental de la sociedad”[15] y de crear una serie de medidas tendientes a proteger la familia y su unidad; orientadas en últimas a que las relaciones de respeto, igualdad, amor, tolerancia y colaboración mutua que deben caracterizar la familia como primer centro de socialización del menor se vean reflejados en sus actuaciones futuras como ciudadanos responsables[16] preocupados no sólo por su intereses individuales sino actuando con conciencia de pertenencia a una colectividad que aunque caracterizada por su divergencia tiene finalidades comunes.

El panorama para los trabajadores no es fácil, más con las cifras macroeconómicas que no son alentadoras. Si esto pasa en la ciudad, en el campo las cosas no son mejores, por eso los trabajadores deben unirse para defender sus intereses, no de una manera egoísta, si no buscando el desarrollo conjunto con las empresas, sin que los derechos e intereses de alguno resulte lesionado. Trabajadores y empresarios se necesitan mutuamente y si los dos sectores están bien, la economía marchará mejor para todos.

[1] SENNET, Richard, “La Nueva Sociedad Urbana”, En: Le Monde Diplomatique, Abril 2002.
[2] Ibib.
[3] ZAMBRANO Fabio, “Más ciudades y ciudadanos”, En: Semana, No. 1054, Bogota, julio 2002.
[4] ALSINA, Miguel Rodrigo, “Comunicación Intercultural”, Ed. Piados, Barcelona. 2001.
[5] Ibid.
[6] DE SOUZA SANTOS, Boaventura, “De la Mano de Alicia” Ed. Uniandes, Bogotá, 1998, p 287
[7] Citado por SENNET, Richard. Op. Cit. P.12
[8] Decreto 2351 de 1.965. Artículo 5.
[9] Ley 100/ 1992. Sistema de seguridad social integral.
[10] DE SOUZA SANTOS, Boaventura, Op cit. P. 309.
[11] ECHEVERRÍA, Javier, “Telépolis” Ediciones Destino, 1994, Barcelona, p.63
[12] Ibid. P.64
[13] DE SOUZA SANTOS Boaventura. Op. Cit. P.283-284.
[14] ECHEVERRÍA, Javier, Op. cit. P.23
[15] Constitución Política de Colombia, 1991. Art. 5
[16] CORTE CONSTITUCIONAL, Colombia, Sentencia T-182/99