Foto tomada de: http://www.taringa.net/posts/noticias/14703829/Odontologa-loca-saca-dientes-a-su-ex-por-venganza.html |
Reza un dicho
popular que un amigo verdadero es el que te hace llorar con verdades y no reír
con mentiras, pues bien, esto era precisamente lo que se había propuesto hacer
el círculo más cercano a Martín como solución radical a una tusa que lo tenía
muy mal. Ya se habían acostumbrado a sus crisis románticas cada cierto tiempo, pero esta vez las cosas parecían estarse pasando de la raya. Por eso decidieron
reunir con la ayuda de un detective privado, pagado entre todos, las pruebas
contundentes de la traición de Marcela, la causante de las actuales penurias, para presentárselas sin piedad a su amigo, para que de una vez por todas abriera los
ojos.
– No era necesario –dijo llorando el
despechado que desde un principio de la relación había sospechado que su novia
le ponía los cuernos mientras el se iba a estudiar cada semestre a Bogotá. Tenía sus dudas y por eso quería jugarse hasta sus últimas
cartas, pero ver varios videos de su amada infraganti fue un golpe contundente.
Ella bailando amacizada en una discoteca, tomando un café bien cogida de la
mano, en restaurantes finos con tipos mayores. Todo esto sucedía mientras él la imaginaba
juiciosa estudiando con sus amigas de la U, como le decía en sus llamadas. Puras mentiras.
Lo que más le dolió fue ver como el ex de la susodicha seguía entrando a su
apartamento a sus anchas, toda hora, como si fuera el propietario (de ella y del inmueble).
Una vez más,
pensó, presintiendo la depresión que se le venía encima para dejarlo más abajo
de lo que estaba.
No aprendía y al
parecer nunca iba a aprender a pesar de los duros golpes que en vez de los
onomatopéyicos ¡Pum!, ¡Zas!, ¡Crash! de los comics podrían representarse con
nombre de mujeres, ¡Cris!, ¡Caro!, ¡Patri! y un largo etcétera, el de ahora
¡Marcela! era sólo uno más. Sus
relaciones afectivas siembre habían sido así, cargadas con una cuota de dolor
que al parecer le gustaba. Un gusto presente desde que tenía memoria, incluso
desde sus primeros amores platónicos.
**********
Las caras largas
reinaban dentro del carro, en algunos de los rostros infantiles hasta se podía
ver el asomo de una lágrima. Mientras tanto Martín sonreía plácidamente. Nadie,
ni sus dos hermanas, ni sus tres primos, entendían el por qué. Menos cuando
el destino inmediato del Nissan Patrol blanco, vehículo familiar de los Rivera,
era el consultorio odontológico en donde los pequeños se someterían a la infaltable revisión anual. Las mentes de todos los chicos estaban en sus bocas, todos
rogaban no tener ninguna caríe o al menos no tantas para así poder acortar el
temido tratamiento.
Llegaron al
sector del Parque Infantil por la calle 18, en donde quedaba el consultorio de
la Dra. Julia Romero, lugar que para la comitiva de pequeños pacientes era comparable con un cuarto
de torturas. La potente luz sobre sus caras, el instrumental compuesto por
aparatos con extraños nombres y prominentes chuzos y sobre todo el sonido de la
fresa hacían parte de sus peores pesadillas.
La cita obligada
con la salud oral se cumplía cada año con un ritual que variaba muy poco, a
excepción de los cambios inevitables asociados con el crecimiento de los
pacientes. Llegaban siempre al mando de su abuela, la matrona de la familia que
siempre se hacía cargo de los asuntos que requerían de autoridad férrea y el
caso lo ameritaba ante la negativa reiterada de los nietos, excepto la de Martín
quien desde los 12 años hasta se ofrecía como voluntario, cambio de actitud que sorprendió a todos pues antes era de los más reacios al encuentro con la higiene oral. Una vez en
la sala de espera la abuela asignaba un orden que dependía del comportamiento de
cada uno y se sentaba a bordar mientras la odontóloga hacía su trabajo, entre
puntada y puntada esperaba los resultados. Los que no tenían nada y sólo tenían
que hacerse una limpieza eran los mejor recompensados monetariamente por la
abuela, pero nadie se iba con las manos vacías por el “sacrificio”, el monto de
la recompensa bajaba de manera proporcional al número de caries de cada diagnóstico.
Martín antes de
su cambio era de los que recibía más dinero, luego sucedía todo lo contrario,
era como si no cuidara sus dientes a propósito y ni qué decir de sus encías.
Sus tratamientos fueron haciéndose cada vez más largos y a juicio de los otros
más dolorosos, sin embargo su sonrisa (no muy estética) era como una máscara
permanente en esos periodos, se veía feliz y todos se extrañaban por su
comportamiento. Sólo Martín sabía la verdad y se la supo guardar muy bien, tal
vez ese fue un error, su silencio pudo haber marcado para siempre el sino en
sus cuestiones de amor.
*************
Cuando entraba
al consultorio de la Dra. Julia me sentía en el cielo, las paredes empapeladas
de tonos azules y blancos ayudaban a hacerme esa idea en mi volátil mente. Lo
primero que hacía después de cerrar la puerta y dejar atrás a mi abuela, mis
hermanas y mis primos era contemplar a la mujer que solo podía tener cerca una
vez al año y aspiraba profundamente ese olor aséptico que siempre asociaba con
ella. Hasta ahora, cuando voy a un hospital o a una clínica que tienen aromas
similares de forma involuntaria vienen a mi cabeza sus recuerdos.
Era una mujer
muy bonita, cuando era niño para mí la más bonita que había visto y la primera
de la que me enamoré. Era delgada pero con un cuerpo bien formado que se notaba
debajo de su pulcro delantal blanco, tenía una nariz fina, recta, poco común en
tiempos en que la rinoplastia no estaba a la orden del día, labios delgados en
una boca alargada que le permitía lucir un gesto alegre todo el tiempo. Nunca
pude descifrar su tono de piel, la luz directa sobre mis ojos hacía imposible
verla bien, los colores cambiaban y a veces la veía como a través de un
caleidoscopio en blanco y negro. Cuando se acercaba demasiado por alguna razón
del tratamiento podía sentir sus senos en cada respiración y eso era para mí
era recompensa suficiente. A veces cogía confianza u osadía, no sé como
definirlo y movía la mano derecha hacia ella intentando rozar sus piernas que
quedaban a unos 15 centímetros cuando subía la altura de la silla. Lo que más me gustaba eran sus manos, sus
dedos para ser más precisos, eran perfectos para su profesión, largos y
delgados. Me gustaba mucho sentir como los introducía dentro de mi boca,
abierta por su solicitud hasta al punto límite para que se desencaje la
mandíbula, y los movía hábilmente, con mucha delicadeza, tratando de curarme
pero causando dolor en el proceso, el menor dolor posible pero dolor al fin y
al cabo, cuando me aplicaba anestesia ese dolor solo se aplazaba, a veces yo le
pedía que no me inyectara, que usara solo xilocaína y soportaba con todas mis fuerzas para que
ella viera que en su silla de dentista no estaba un niño sino un hombre valiente. Creo que nunca lo notó.
Un año nos
sorprendimos al llegar al consultorio y ver que estaba cerrado a pesar de que
mi abuela había pedido cita una semana atrás. Mis hermanas y mis primos
brincaban de una banca a otra dentro del Nissan sin ocultar su felicidad
mientras yo lloraba en silencio en el puesto de adelante. Luego nos enteramos
que había tenido que partir de un momento a otro, huyendo de las amenazas de la
guerrilla que habían intentado secuestrar a su esposo y a una de sus hijas.
Nunca más la vi
pero creo que nunca la voy a poder olvidar, con ella aprendí que por más de que
las intenciones sean las mejores el amor siempre duele y por supuesto, lo importante de usar correctamente la seda dental.
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