La última noticia que ha acaparado la agenda informativa de estos días en Colombia es la agresión con ácido a una mujer en Bogotá que quedó filmada por una cámara de seguridad. Además en este caso, las grabaciones de estos artefactos ubicados en la zona permitieron a las autoridades rastrear la ruta que tomó el atacante y su captura, de igual manera el material audiovisual se constituyó en prueba dentro del proceso judicial. Pero este es sólo uno de muchos de los acontecimientos recientes que se volvieron noticia gracias a la grabación casual de un aparato instalado en principio para vigilar y no para informar.
Casos como el del
agente de la DEA que fue víctima del “paseo millonario”, el atentado contra el
ex ministro Fernando Londoño, los colados en Transmilenio e incontables robos y
asaltos en establecimientos cerrados o en plena vía pública son otros de los
ejemplos en los que las cámaras de seguridad se convierten en fuentes, en
testigos e informantes y en cierta forma en reporteras de la realidad.
Pienso que como están
las cosas es totalmente viable hacer un programa informativo en televisión
usando este único recurso, sin más reporteros que las cámaras de seguridad, con
un presentador que se limite a dar paso a cada video, sin mayor análisis, entregando
las imágenes a la audiencia sin intermediaciones.
El éxito del formato
está garantizado gracias al morbo propio de la naturaleza humana, por esa
curiosidad que despierta observar la vida de otros ciudadanos de a pie que se
convierten muchas veces sin quererlo en protagonistas de la noticia y ven
expuestas sus vidas como mercancía, ante la gran demanda de la audiencia, como
sucede en los reallities. Y es que las
ciudades poco a poco se han ido convirtiendo en eso, en una especie de set
gigante de reallity show, un espacio cada
vez más amplio en extensión donde contradictoriamente
el ámbito de lo privado es cada vez más reducido. Es imposible evitar la
referencia a George Orwell y su 1984, el dominio del Gran Hermano se concreta en nuestra sociedad tres
décadas después.
Detrás de todo esto
subyace el interminable debate sobre si la seguridad debe primar sobre la
intimidad, de igual forma –sobre todo por el uso dado a estas grabaciones por
los medios de comunicación- está la contradicción entre el derecho a la
información y el respeto a la vida privada.
Como en tiempos de la
revolución industrial las máquinas ejercen funciones desempeñadas por humanos y
esta circunstancia más que una amenaza debe tomarse como un reto en cada campo
profesional. El uso (y a veces abuso) del material obtenido de cámaras de
seguridad va modificando los modos de hacer periodismo.
Creo que como
comunicadores lo mejor es ver a estos aparatos como lo que son: herramientas muy
útiles y no el reemplazo de otras fuentes, ni la excusa para la ausencia de la contextualización
y el análisis que requiere la información de calidad. Que no les pase a los
reporteros lo que les pasó a los agentes de tránsito en algunas ciudades en donde
las multas son impuestas ahora por cámaras de seguridad, por esos ojos
mecánicos imperceptibles que registran cada segundo de estos tiempos.
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